En las últimas semanas de 2025, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), pilar de la educación superior en el país, se ha convertido en epicentro de una ola de amenazas y violencia que evoca los peores episodios de inseguridad escolar en Estados Unidos. ¿Estamos importando la cultura de tiroteos masivos, bombas falsas y radicalización incel a través de internet y redes sociales? Este informe examina los incidentes recientes en la UNAM –desde evacuaciones masivas hasta un homicidio brutal– y analiza si representan un contagio transfronterizo, con implicaciones políticas y de seguridad que exigen respuestas urgentes.
El detonante más reciente ocurrió el 6 de octubre, cuando la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) fue desalojada por una amenaza de bomba, activando protocolos de emergencia y suspendiendo clases. Horas después, la Preparatoria 6 (ENP 6) enfrentó una alerta similar por posible artefacto explosivo, el segundo incidente en el día que generó pánico entre estudiantes y personal. Estas no son aisladas: la FES Iztacala, en Tlalnepantla, ha sido evacuada repetidamente. El 3 de octubre, un mensaje en un pizarrón advertía de un tiroteo y bomba, movilizando a cuerpos de rescate. Tres días después, una nota anónima en papel repitió la amenaza, confirmando un patrón de «swatting» –ataques falsos para generar caos, común en EE.UU.– que ha paralizado el campus.
Pero el caso más alarmante es el homicidio en el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Sur, el 22 de septiembre. Lex Ashton Cañedo López, estudiante de 19 años, irrumpió encapuchado y armado con cuchillos, asesinando a Jesús Israel, de 16 años, e hiriendo a otros. Ashton, quien se fotografió con una máscara de calavera imitando a atacantes escolares estadounidenses, planeó el acto en chats incel –comunidades en línea de «célibes involuntarios» que promueven misoginia y violencia contra mujeres y «chads» (hombres exitosos). Sus publicaciones usaban términos como «blackpill» y lemas de foros como Reddit o 4chan, epicentros del movimiento incel originado en EE.UU. en la década de 2010, ligado a masacres como la de Isla Vista (2014). Tras el ataque, surgieron «comunidades de fans» en redes justificando sus actos, amplificando el eco global.
Este patrón no es coincidencia. México, con 130 millones de habitantes y una penetración de internet del 80%, absorbe contenidos tóxicos de plataformas globales sin filtros culturales. El FBI reporta más de 300 tiroteos escolares en EE.UU. desde 1999; ahora, México ve imitaciones: las amenazas en UNAM recuerdan los 50 «swattings» universitarios anuales allá. Expertos como Ana Báez, de la Universidad Iberoamericana, advierten que el caso Ashton «abre puertas» a la cultura incel en Latinoamérica, donde la vulnerabilidad juvenil –desempleo al 10%, machismo arraigado– fertiliza el suelo para radicalización. Encuestas de Parametría (2025) indican que el 35% de jóvenes mexicanos consume contenido extremista en TikTok y X, un vector directo desde Silicon Valley.
Políticamente, esto expone fallas sistémicas. La Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana ha invertido 50 mil millones de pesos en ciberseguridad, pero carece de programas educativos contra desinformación violenta. La UNAM, con 370 mil estudiantes, enfrenta una «crisis de confianza» que podría erosionar su rol como bastión progresista.
Se ha recomendado establecer alianzas con EE.UU. para monitoreo de redes tóxicas, talleres obligatorios en escuelas sobre salud mental y extremismo, y reformas a la Ley Olimpia para penalizar foros incel. Sin acción, el contagio se profundizará, transformando aulas en zonas de guerra importadas.
En conclusión, sí, nos estamos contagiando: la violencia estadounidense no cruza fronteras físicas, sino digitales. Ignorarla sería negligencia; confrontarla, oportunidad para una sociedad más resiliente.
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