La verdad, por dura que sea

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La noticia del secuestro de El Mayo Zambada, realizado por los yanquis en suelo mexicano, violando ostensiblemente la soberanía que se cacarea sin descanso desde Palacio Nacional, corrió como reguero de pólvora en todo el mundo por tratarse de un legendario asesino que, con El Chapo y otros, creó y operó durante medio siglo la mafia más poderosa de que se tenga memoria.

Se ha resaltado la brutalidad de los asesinatos cometidos por ellos, así como su capacidad corruptora en todos los ámbitos sociales y gubernamentales de México, y sus vínculos transnacionales, sin todo lo cual resultaría inimaginable su fuerza y longevidad.

El envío de grandes cantidades de veneno al vecino del norte, principalmente el fentanilo, es para el Imperio una preocupación legitima y la justificación para seguir doblegando al gobierno mexicano, sobre todo, repito, por tener plenamente documentado que ese y otros grupos delincuenciales están coludidos con políticos, funcionarios y gobernantes en todos los niveles de la mayor parte del país y con amplio apoyo de comunidades enteras.

La doble moral de los yanquis merece capítulo aparte porque ellos administran el referido negocio y permiten el envío de armas a los sicarios que aquí perpetran sus felonías.

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Sin embargo, debemos mencionar los asesinatos que no hacen ruido: en efecto, la ley estipula que comete homicidio quien priva de la vida a un ser humano, salvo las excepciones establecidas por ella, como la legítima defensa; pero también señala que lo comete el que no evita la muerte de una persona estando obligado a evitarla. Se le denomina homicidio de comisión por omisión.

Bajo ese orden de ideas, es de afirmarse que el mayor número de asesinatos son de esa naturaleza y los cometió quien tiene como primerísimo deber evitarlos: el Estado. Eso sucedió durante el sexenio del recientemente apodado “loco hermoso”. Ese farsante, con sus “abrazos y no balazos” y la sarta de babosadas que decía (como que acusaría a los criminales con sus mamacitas) facilitó una carnicería humana sin precedentes, dejando 200 mil asesinados y 50 mil desaparecidos, muchos de ellos absolutamente inocentes. Pero en eso no terminó su felonía: con el inepto y abyecto López-Gatell, los “detentes”, sus “otros datos” y su inacción ante el covid, provocó que murieran en inicuo abandono más de 600 mil mexicanos.

Pues ese silencioso matón que humilló a los pobres, engatusó a los tontos y cometió mil fechorías más, rumia escondido en su pantano que, como presagio de su destino, se llama La Chingada; eso sí, protegido por soldados mexicanos.

Sin embargo, las dádivas a indigentes, el aumento al salario mínimo impuesto a los patrones y la propaganda que hoy lo glorifica, no impedirán que encabece la lista de los más despreciables criminales en la historia de México.


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