La gran pregunta que muchos se hacen es cuánto le costará en cuestión de votos a Morena todos estos escándalos de corrupción, y la neta es que es como preguntarse cuántas veces va a llover en la Ciudad de México: nadie lo sabe con exactitud.
Hay quienes creen que el tema de la corrupción, con todo y los viajes de lujo de los familiares del expresidente, los negocios turbios de Hernán Bermúdez y demás cochinadas, le va a pegar durísimo a Morena y que la gente ya está hasta la madre. Dicen que el pueblo ya no es tan “agachado” como antes y que va a castigar a los que se llenan los bolsillos mientras andan con el discurso de la austeridad y la honestidad valiente. Un discurso que, a estas alturas, ya suena más hueco que la cabeza del que se lo cree.
Pero, por otro lado, están los que argumentan que los escándalos de corrupción en Morena son como el chiste del burro que se cayó: a nadie le importa si se lo cuentas una y otra vez. Según esta lógica, el votante morenista es inmune a las críticas. Le pueden poner los videos en la cara, enseñarle los reportajes de los viajes y las mansiones, y le va a valer un cacahuate. La lealtad al partido o, más bien, al líder, es tan fuerte que no hay escándalo que la quiebre. Dicen que es más fácil que un chairo renuncie a sus becas que a su voto por Morena.
Así que, ¿quién tiene la razón? La verdad es que es un volado al aire. Los analistas se matan haciendo cálculos, pero la realidad es que el electorado mexicano es un misterio más grande que la Santísima Trinidad. Puede que los escándalos les cuesten la mayoría legislativa y los dejen chiquitos, o puede que no les hagan ni cosquillas. Al final del día, los mexicanos somos de “a ver si es cierto”, y lo sabremos hasta que abramos las urnas.
Mientras tanto, Morena sigue con la cantaleta de que son diferentes, de que no son como los de antes. Y la gente, pues… cada quien tiene su cruz.
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