Todos los días surgen escándalos por la inmensa corrupción que vivifica al tramposamente llamado “Movimiento de Regeneración Nacional”. Ese de la “honestidad valiente”, que enarbola con inusitado cinismo la banderita de “No mentir, No robar y No traicionar”. Por eso resulta inconcuso que cualquier intento por limpiarlo implicaría su destrucción, pues no habría quién cerrara la puerta y sólo quedaría la frustración de millones de incautos que le creyeron.
Recordemos que después de los dos intentos fallidos por ser presidente, Tartufo viró estratégicamente en su tarea proselitista: dejó atrás cualquier escrúpulo ético para atraer y cooptar a cuantos pudiera, exigiendo como único compromiso total sumisión al caudillo. A cambio, ofreció purificar a los reptantes, dejarlos rechinando de limpios, asegurarles prebendas y que nunca estarán solos. Encubrirse entre sí es la llave del éxito. Con expedientes penales, si favorece a “la causa”, atrapa a ratas tamaño canguro, las incorpora a la militancia y las premia con lugares privilegiados.
Cuando son fuertes y añejos los vínculos de un mafioso con el dueño del prostíbulo político (al grado de llamarlo “mi hermano”) su defensa es a sangre y fuego. Dicho con el sonsonete de moda: se le protege “tope donde tope”. La nobleza de “la causa” todo lo justifica.
Por eso resulta algo ocioso el cavilar si será o no defenestrado Adán Augusto, ex gobernador de Tabasco, ex secretario de Gobernación y actual presidente de la Coordinación Política del Senado. Podrá ser reubicado, pero defenestrarlo y, mejor aún, llevarlo esposado ante la justicia, jamás… salvo que el Tío Sam supere el horror de atraparlo y se lo lleve, como se llevó a El Mayo.
Adán Augusto Hernández es el arquetipo perfecto de cuatrotero, porque ha vivido en lo más profundo, poderoso y corruptor del hampa política. El haber dejado la Seguridad Pública de Tabasco a Hernán Bermudez (hace años señalado por el Ejército mexicano como capo de los matones La Barredora) es sólo la punta de un portentoso iceberg saturado de huachicol, tráfico de migrantes, contrabando en aduanas, pactos electorales con cárteles, cobros por derecho de piso, secuestros, asesinatos y todo lo relacionado con el bajo mundo.
Pero el eslabón que más vincula a esa pudrición con Tartufo es el general en retiro Audomaro Martínez, hoy tal vez autoexiliado en Cuba. Íntimo amigo del entonces candidato presidencial y jefe de su seguridad personal, quien, después de múltiples encargos, lo puso al frente del poderosísimo Centro Nacional de Inteligencia.
No sería Tabasco lo que es ahora sin Hernán Bermúdez, La Barredora, Adán Augusto, Audomaro y Tartufo. Las pruebas las tienen: el Ejército mexicano, Sheinbaum y el gobierno yanqui.
Que nadie se sorprenda cuando “retiemble en sus centros la Tierra”.
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