En el turbulento panorama político mexicano de octubre de 2025, Claudia Sheinbaum, presidenta desde octubre de 2024, se encuentra en una encrucijada que define su mandato naciente. Heredera directa del legado de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), Sheinbaum enfrenta el dilema clásico de todo sucesor: equilibrar la lealtad al fundador del movimiento con la urgencia de forjar una identidad propia. No puede, ni quiere, romper públicamente con su antecesor, cuya sombra aún eclipsa el Palacio Nacional. AMLO no solo es el artífice de Morena, sino el referente moral e ideológico que catapultó a Sheinbaum al poder con un 59% de los votos. Sin embargo, esta fidelidad se traduce en un lastre insostenible: una «herencia maldita» compuesta por obras faraónicas ineficaces, deudas ocultas y escándalos de corrupción que erosionan su capital político. Para sobrevivir, Sheinbaum necesita un gesto audaz que afirme su mando en el partido y libere al gobierno de la obligación de defender a militantes cuestionados, sin desatar una guerra interna que fracture la Cuarta Transformación.
El núcleo del problema radica en la ausencia de un proyecto político autónomo. Durante su campaña, Sheinbaum se presentó como la continuadora fiel de la «4T», prometiendo profundizar las reformas de AMLO en austeridad, anticorrupción y bienestar social. Pero un año en el poder revela las grietas: carece de una narrativa disruptiva que la distinga. En lugar de eso, se ve obligada a capear tormentas heredadas, como el colapso financiero en el sector salud o el Tren Maya, cuya rentabilidad sigue en duda pese a inversiones millonarias. Estos no son meros errores administrativos; son símbolos de una gestión que priorizó el simbolismo sobre la eficiencia, dejando a Sheinbaum con un PIB estancado en 1.8% y una inflación controlada pero frágil ante presiones globales. La lealtad a AMLO, expresada en apariciones conjuntas y elogios públicos, le asegura cohesión en Morena, pero a costa de su credibilidad. Encuestas recientes de Mitofsky muestran su aprobación en 62%, un descenso de 5 puntos desde julio, atribuible precisamente a la percepción de «continuismo sin cambio».
Los casos de corrupción agravan esta dinámica. El «huachicol fiscal», un esquema de evasión masiva de impuestos que defraudó miles de millones de pesos durante el sexenio anterior, estalló en septiembre de 2025 con redadas en Pemex y la Secretaría de Hacienda. Investigaciones revelan nexos con funcionarios de alto nivel en el gobierno de AMLO, incluyendo desvíos en contratos de refinación. Sheinbaum, quien asumió prometiendo «cero tolerancia», se ve forzada a defender la integridad del sistema, argumentando que se trata de «ataques de la mafia del poder». Similarmente, el caso de la «Barredora de Tabasco» —la detención de Hernán Bermúdez, presunto líder de una célula criminal ligada a extorsiones en la construcción de obras públicas— expone la colusión entre crimen organizado y aliados locales de Morena. Bermúdez, con vínculos a exfuncionarios tabasqueños cercanos a AMLO, operaba bajo la sombra de proyectos estatales opacos. Estos escándalos no solo cuestionan la lucha anticorrupción de la 4T, sino que obligan a Sheinbaum a cerrar filas con el expresidente, como se vio en su rueda de prensa del 23 de septiembre, donde reiteró: «El presidente López Obrador dejó un México transformado, no una herencia de corrupción».
Esta defensa reactiva genera un costo alto. Militantes cuestionados, como exgobernadores o legisladores implicados en irregularidades, demandan protección partidaria, desviando recursos y atención de prioridades como la reactivación económica o la seguridad. En Tabasco, bastión de Morena, las protestas por la Barredora han escalado, con demandas de auditorías independientes que Sheinbaum no puede ignorar sin arriesgar deserción interna. Analistas como Denise Dresser han advertido que esta parálisis podría costarle la mayoría en el Congreso en las próximas elecciones, fortaleciendo a la oposición panista y priísta, que ya capitaliza estos temas en campañas como «No más herencias sucias».
Para romper el ciclo, Sheinbaum requiere un «manotazo sobre la mesa»: un acto simbólico que marque distancia sin traición. Podría ser una comisión independiente para auditar la herencia de AMLO, enfocada en huachicol y Barredora, con resultados públicos que castiguen a culpables sin atacar al fundador. O una reestructuración en Morena, expulsando a figuras tóxicas para purgar el partido y afirmar su liderazgo. En su discurso del 15 de septiembre en el Zócalo, Sheinbaum insinuó esto al decir: «La transformación continúa, pero con mano firme y cuentas claras». Si logra este equilibrio, podría transformar la lealtad en alianza estratégica, liberando a Morena de lastres y posicionándose como la verdadera arquitecta de la segunda fase de la 4T. De lo contrario, la sombra de AMLO se convertirá en una lápida, ahogando su presidencia en defensas interminables.
En resumen, el desafío de Sheinbaum no es solo político, sino existencial: ¿será la guardiana fiel o la reformadora audaz? En un México polarizado, donde la corrupción sigue siendo el talón de Aquiles de la izquierda, su próximo movimiento definirá si Morena sobrevive o se hunde en su propia herencia. La historia, como siempre, premia a quienes osan romper cadenas sin olvidar raíces.



























