¿Realidad o la pendejada que me quieren vender?

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¡Qué pedo, banda! Bienvenidos de nuevo a esta su columna de cabecera, donde le quitamos el disfraz a la política para ver si de verdad es un payaso o solo una caricatura de sí mismo. Hoy, el menú es la guerra de propaganda, esa en la que andamos metidos hasta las manitas, creyendo que tenemos el control del control remoto, cuando en realidad somos el perro que le ladra a la tele.

La neta, la cosa está cabrona. Por un lado, tenemos al gobierno de la 4T, que parece que vive en otro universo, uno donde la felicidad abunda, los abrazos son más efectivos que las balas y la economía va como cohete. Y, si no te late esa película, te tachan de «fifí», «traidor a la patria» o, de plano, de “enemigo de la gente”. ¡Ajá! Como si uno no tuviera derecho a dudar de que los problemas se resuelvan con un “ya merito”. Es una maestría en el arte de la autocomplacencia, donde los errores no existen, solo “malinterpretaciones” de los medios o “golpes de Estado blandos” de los de siempre.

Pero la cosa no para ahí. Mientras nosotros nos peleamos entre chairos y derechairos, el mundo nos está metiendo goles por todos lados. Por un lado, tenemos a la Rusia de Putin, que, ¡oh, sorpresa!, apoya ciertas narrativas y movimientos para desestabilizar a sus contrincantes, haciéndonos creer que lo que necesitamos son más ‘líderes fuertes’ y menos ‘democracia débil’. Del otro lado, y no menos cínico, tenemos a los gringos que, en su afán de seguir siendo los jefes del barrio, nos quieren vender a Donald Trump como un genio de la política, un ‘estadista’, para que le echemos porras. ¡Por favor! Un tipo que parece el tío borracho en la fiesta de fin de año, que nadie sabe si va a decir una pendejada o a venderte una franquicia de hot dogs, ¡¿un estadista?! Es de risa, pero, lo peor de todo, es que hay quienes se lo creen.

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El problema es que nosotros, el pueblo sabio, no estamos preparados para esta batalla. No sabemos distinguir entre la información y la propaganda. Nos tragamos los anzuelos sin chistar, porque es más fácil que pensar. Nos emocionamos con los discursos que apelan a nuestras emociones y miedos, en lugar de exigir datos, hechos y un chingo de sentido común. Nos la pasamos compartiendo memes en lugar de cuestionar.

Al final del día, todos estamos en el mismo lodo. El gobierno nos endulza el oído, los extranjeros nos manipulan y nosotros, como borregos, vamos directo al matadero, aplaudiendo la fantasía que nos venden. Abran los ojos, banda, porque la única guerra que podemos ganar es la de no dejarnos ver la cara de imbéciles.


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