Pablo Iglesias, exlíder de Podemos en España, ha encontrado en México un bastión inesperado. Tras un declive en su influencia en su patria, donde su partido apenas roza el 4% en encuestas electorales, el comunicador se ha instalado en el nuestro país, aparentando un refuerzo a la Cuarta Transformación (4T). Sin embargo, un escrutinio objetivo revela un patrón de refugio: México emerge como el único territorio donde conserva aliados sólidos, lo que genera controversia sobre si su presencia fortalece el proyecto morenista o simplemente exporta polarizaciones europeas.
La trayectoria de Iglesias en España marca un ocaso progresivo. Desde su salida del gobierno en 2021, Podemos ha perdido terreno ante el auge de Sumar y la fragmentación izquierdista, culminando en resultados magros en las europeas de 2024. En este vacío, México irrumpe como opción viable. En agosto de 2025, Iglesias y la rusa Inna Afinogenova, su socia en Canal Red, arribaron arropados por Jesús Ramírez Cuevas, vocero presidencial, para impulsar una «estrategia comunicacional» afín a la 4T. Actividades como el programa «A Vueltas por México», donde recorre el país entrevistando gobernadores y analistas, proyectan una imagen de compromiso transformador. En septiembre, su participación en eventos como la gira nacional por la transformación subraya este rol, con declaraciones que exaltan a México como «reserva ideológica de la izquierda latinoamericana».
No obstante, el trasfondo invita a polémica. Críticos argumentan que su canal, financiado indirectamente por recursos públicos mexicanos vía colaboraciones con medios estatales, representa un «ordeño» a la hacienda nacional para un ideólogo envejecido. En redes, se le acusa de minimizar la violencia en México, atribuyéndola a «campañas» opositoras pagadas por empresarios como Ricardo Salinas Pliego, lo que desmerita a víctimas y polariza el debate público. Un episodio viral en agosto de 2025 mostró a Iglesias en la sala VIP del aeropuerto capitalino, «camuflado» con gorra, contrastando con su retórica obrerista y avivando burlas sobre privilegios importados. Defensores, en cambio, lo ven como un puente transatlántico: su intervención en CLACSO 2025 y conferencias con Elvira Concheiro sobre «reconstruir la utopía» refuerzan la narrativa antineoliberal de Morena.
Analíticamente, esta migración ideológica plantea dilemas. ¿Es un exilio estratégico que enriquece el discurso de la 4T con perspectivas europeas, o un oportunismo que inyecta divisiones ajenas en un México ya fracturado? Su apoyo explícito a Claudia Sheinbaum en junio de 2024, celebrando la «victoria holgada» como esperanza regional, coquetea con la propaganda partidista, pero choca con críticas internas a Morena por «regalar dinero» a foráneos irrelevantes en España. En un contexto de tensiones con Estados Unidos, impulsadas por narrativas de «conflicto» que Iglesias azuza, su rol podría exacerbar riesgos diplomáticos sin contrapartes tangibles.
En última instancia, la presencia de Iglesias en México ilustra la fluidez de las alianzas izquierdistas globales, pero también su fragilidad. Mientras ofrece legitimidad a la 4T en foros internacionales, genera fricciones locales que cuestionan la soberanía cultural del proyecto. ¿Refuerzo genuino o refugio calculado? El veredicto depende de si sus esfuerzos trascienden la retórica para impactar políticas concretas, un debate que, lejos de cerrarse, intensifica la efervescencia política mexicana.






































