Debemos reconocer el enorme esfuerzo que despliega el gobierno en contra de la criminalidad, sean o no veraces sus cifras sobre lo que dice ir obteniendo, principalmente respecto de la supuesta reducción de homicidios, cuando simultáneamente señala el aumento de desaparecidos, y la gran mayoría de ellos terminan en fosas, bolsas o descuartizados en cualquier parte.
Es evidente que las amenazas de Donald Trump han obligado a la señora Sheinbaum a satisfacer lo mejor posible, flojita y cooperando, las órdenes del Imperio, pero trata de hacerle creer al mundo que México es libre, soberano y bla, bla, bla; porque el cielo le dio en cada hijo un soldado “y una soldada” (así lo dijo, como pincelada simplona sobre el Himno Nacional).
Afortunadamente no excluyó a los “vendepatrias y traidores que quieren que le vaya mal a México”. ¡Uf! Nos salvamos muchos millones de mexicanos.
Lo que jamás aceptarán los cuatroteros, porque sangrarían por todos sus orificios, es que han revivido la llamada “guerra de Calderón contra el narcotráfico”, pues, en efecto, abandonaron los “abrazos y no balazos” para acometer, con mayor enjundia, el combate armado y judicial en contra de peligrosos delincuentes, a menos que sean los de casa.
Ya poco se menciona al “humanismo mexicano”, ese que proclamó Tartufo en estado alterado de consciencia buscando ser eternamente venerado. Y para comprender a fondo la esencia de esa perversidad, bastará con recordar (28 de julio de 2001) lo que respondió el entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal, al ser informado de que una manada de antropoides linchó y asesinó brutalmente a un albañil de 29 años.
El inventor de tan egregio “humanismo”, con naturalidad y sin hacer arcadas, vomitó: “El linchamiento se originó por la aplicación de los usos y costumbres de la comunidad y es una señal de que subsiste el México profundo. El caso hay que verlo en lo que es la historia de los pueblos de México, es un asunto que viene de lejos, es la cultura, son las creencias, es la manera comunitaria en que actúan los pueblos originarios. La lección es que con las tradiciones del pueblo, con sus creencias vale más no meterse”.
Con esa defensa los pueblos originarios están condenados a vivir en la brutalidad eterna. Entre los felones que han gobernado naciones éste es uno con endemoniada locura, estupidez y cobardía. Está escondido en los pantanos donde nació, pero no borrará de su historia el odio que sembró, la destrucción que hizo de instituciones, 200 mil asesinados, 60 mil desaparecidos y 800 mil que abandonó al covid.
El soldado de México es el ciudadano que cumple con sus deberes cívicos, como votar libremente, defender a nuestras instituciones y enfrentar a los tiranos. Si lo peor nos acecha, un futuro grandioso no lo conquistaremos llorando.
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