¡Ah, la política mexicana! Aquella maravilla de la naturaleza donde la corrupción fluye como agua de manantial y los políticos son como las famosas magdalenas: ¡todos los días de la semana se ven diferentes, pero saben igual! Ahora resulta que estamos ante un nuevo giro de la trama: el ciudadano apático que antes solo podía quejarse de la élite del PAN y el PRI, ahora debe enfrentarse a su propio monstruo peludo: Morena.
Sí, mis estimados lectores, Morena ha hecho su trabajo como un buen “narciso”. Primero se puso un espejo y se admiró, y luego, voilà, se dio cuenta de que podía extender su dominio, pero no solo en temas de política benéfica. Ahora sus militantes están usando el poder como un banner de Instagram, presumiendo en redes sociales sus lujos y riquezas como si fueran influencers en un reality show. ¡Brutos! Hasta los diputados de otros partidos se están revolcando de envidia.
Claro, desde el principio los seguidores de Morena nos prometieron el “cambio verdadero”, y al parecer, ese cambio viene forrado en billetes verdes y marcas de lujo. Uno ve esos adinerados con etiquetas de “gente con principios” y se pregunta: “¿Desde cuándo un principio es la cuenta del banco?” Mientras la ciudadanía sigue en sus cuitas cotidianas, estos nuevos “héroes” de la patria parecen ser más bien los villanos de una novela de Agatha Christie: todos tienen secretos y muchos son más ricos que el perro de la casa.
Como si no tuviéramos suficiente con los escándalos de sus adversarios, los morenistas, que antes eran los gritos de la oposición, ahora también quieren llevarse su pedazo del pastel. Parece que el proceso de “ser distinto” se ha transformado en “ser igualito”. En un arranque de nostalgia, muchos ciudadanos miran al pasado y rememoran que al menos el PAN y el PRI mantenían el teatro a puertas cerradas. Ahora, esto se muestra a plena luz del día, como un mal reality en el que el guion no es más que la codicia.
¿Y qué dice la gente ante esto? ¡Se están preparando para dar un tremendo grito de guerra! Así como quien gusta de hacer chistes sobre su ex, la ciudadanía protesta y dice: “¿Para qué queremos esto?” La sensación de un “voto de castigo” se asoma en el horizonte. Y lo que antes eran reservas de mitotes, ahora se han vuelto verdaderas tormentas en redes sociales, con ciudadanos afilando sus comentarios y dejando claro que si las cosas siguen así, que se preparen en su casa de campaña porque no habrá ningún abrazo de amor a la hora de votar.
En resumen, mis queridos electores, la lucha por una política más transparente y menos corrupta parece ser más bien un juego de sillas musicales. No hay que olvidar esto: un pueblo enojado es como un gavilán en la tormenta; en cualquier momento puede dejar caer la lluvia de balas (o en este caso, billetes) en las urnas. Así que prepárense, que la próxima elección será más que un evento: será una acción de resistencia frente a un espectáculo que parece más un circo que una democracia. ¡Y que se cuiden!




































