Lejos, muy lejos quedó el tiempo en que López Obrador hablaba de «austeridad republicana» como uno de los ejes de su gobierno, algo que en realidad no cumplió como quedó demostrado en su vestimenta diaria y otros lujos que se exhibieron a su paso por la presidencia.
Pero ahora, en su rancho «La Chingada» tiene una jubilación dorada, gracias a una remodelación que le proporciona múltiples comodidades, además de una clínica cercana bien equipada –no como las que tiene que visitar el pueblo para conocer las carencias de nuestro sistema de salud–, así como la protección de un grupo de militares con cargo al erario público, es decir, a nuestros impuestos.
En su columna del 25 de noviembre, Salvador García Soto comenta que «nos dicen que el rancho de varias hectáreas que alguna vez fue modesto y sencillo hoy está si no lujoso, sí muy bien remodelado, con toda la tecnología disponible para que el expresidente siempre esté conectado y bien comunicado, y que una cuadrilla de hasta 40 militares de la Guardia Nacional resguardan al personaje y a la finca cuyo entorno también fue remodelado y mejorado con los fondos públicos. ¿Qué pasó entonces con aquello de que a los expresidentes no tenían por qué cuidarlos ni apoyarlos tantos militares y ayudantes? Bueno, a estas alturas pedirle congruencia y consistencia al que se fue es un grado más abajo que ingenuo o para decirlo claro y coloquialmente es pendejez…».
El que tanto se ufanaba de que el pueblo lo cuidaba, ahora nos muestra que lo suyo es hablar y hablar, pero no ser congruente.
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