¡Ay, nanita! Este domingo, la supuesta Generación Z salió otra vez a las calles de la Ciudad de México con su «Marcha del Silencio», vestiditos de blanco y con velitas por los desaparecidos, exigiendo seguridad, paz y que ya pare la corrupción que nos tiene hasta la madre. Del Ángel de la Independencia rumbo al Zócalo, pero ni modo, se quedaron en Bellas Artes porque el centro estaba blindado y, según ellos, para evitar broncas con el bloque negro.
Lo chistoso –o trágico, según se mire– es que esperábamos una avalancha de chavitos enojados, hartos de la ineficiencia gubernamental y la violencia que no deja ni respirar. Pero no, carnales: apenas unas 300 almas, y la mayoría eran abuelitos y tíos que podrían ser padres de la tal Gen Z. El vocero, Iván Rejón, bien puesto, diciendo que en redes son miles, que el movimiento vive en el ciberespacio. Claro, porque en la calle se marchitó como flor en maceta olvidada.
¿Testimonial o con potencial? Pues por ahora parece otro gritito al vacío, como esas protestas que arman ruido en X y luego se desinflan. Los jóvenes de verdad, los que nacieron con el celular en la mano, brillan por su ausencia; en su lugar, los de siempre con pancartas contra el «narco-gobierno». Pacífica, sí, saldo blanco, pero con tan poquita gente que hasta da penita ajena. Si quieren crecer, necesitan jalar a los suyos de TikTok y dejar de ser el pretexto para que los opositores de siempre saquen el cobre.
Ojalá no quede en anécdota, porque las demandas son reales: México sangra con miles de desaparecidos y una corrupción que no se acaba. Pero sin chavos de verdad al frente, esto huele más a oportunismo que a revolución. ¿Crecerá en los próximos meses? Depende si la Gen Z deja el scroll y agarra la calle de veras. Por lo pronto, silencio… pero de los que deberían estar gritando.







































