El 26 de marzo, durante una de las conferencias mañaneras que se llevan a cabo en Palacio Nacional, un reportero preguntó a la presidenta Claudia Sheinbaum ¿cómo se siente con el cariño del pueblo de México?
El sexenio pasado, otra asistente le preguntó a López Obrador cómo se mantenía en forma porque parecía corredor keniano, en tanto que en la parte final de su administración otra asistente pidió la oportunidad de darle un abrazo al mandatario.
Han sido este tipo de preguntas lo más llamativo de las conferencias mañaneras, generando más comentarios y notas en medios y redes sociales que la propia información que se presenta en dichos espacios, pues pocas de las intervenciones de los funcionarios públicos trascienden a las primeras planas.
Adicionalmente, desde el establecimiento de la mañaneras se han conocido las «preguntas sembradas» que algunos de los asistentes hacen, gracias al apoyo económico de empresas o interesados en incluir ese tipo de cuestiones frente al presidente en turno.
Y se supone que las mañaneras son el principal instrumento de comunicación política del gobierno mexicano, que gracias a esta estrategia puede colocar los temas que le interesan en la conversación pública, así como para posicionar las respuestas en ciertas coyunturas como es el caso Teuchitlán.
Pero la realidad es que la duración de las mismas, las preguntas que sólo sirven para elogiar a la presidenta, las intervenciones de los asistentes que consumen mucho tiempo sin decir nada y la dispersión de temas en este espacio ponen en duda su eficacia para la comunicación política de la administración federal.
Aunque hay que reconocer que en ocasiones logran convertirse en el tema de moda en redes sociales, aunque más por alguna declaración desafortunada o una pregunta poco seria de quienes se dicen periodistas, pero en realidad son meros asistentes a un espectáculo que privilegia la propaganda en lugar de la información.
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