Las reuniones entre presidentes o jefes de Estado, como las que tendrán lugar en la Cumbre del G-7 en Canadá los días 16 y 17 de junio de 2025, representan un pilar fundamental en la diplomacia internacional. Estos encuentros no solo ofrecen una plataforma para el intercambio directo de ideas, sino que también sirven como espacios estratégicos para coordinar políticas globales en medio de desafíos complejos.
El G-7, conformado por Canadá, Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Italia y Reino Unido, reúne a algunas de las economías más poderosas del mundo. Su importancia radica en su capacidad para establecer agendas multilaterales en áreas como la economía global, la seguridad internacional, el cambio climático y la salud pública. Las decisiones adoptadas en estos foros suelen tener repercusiones significativas en el escenario geopolítico.
Una de las principales funciones de estas cumbres es permitir que los líderes establezcan contactos personales, lo cual facilita la construcción de confianza mutua. En un entorno global caracterizado por tensiones regionales, rivalidades tecnológicas y conflictos prolongados, la comunicación cara a cara puede ayudar a prevenir malentendidos y abrir canales de diálogo en momentos críticos.
Además, estas reuniones son clave para consolidar respuestas coordinadas ante crisis internacionales. Por ejemplo, temas como la recuperación económica post-pandemia, las sanciones colectivas frente a agresiones territoriales, o la cooperación en materia energética, suelen ser priorizados durante las cumbres del G-7. La edición de 2025 podría abordar nuevos desafíos emergentes, como la regulación global de la inteligencia artificial o la estabilidad del sistema financiero internacional.
Por otro lado, aunque el G-7 carece de mecanismos de ejecución vinculantes, sus declaraciones conjuntas tienen un peso simbólico importante. Sirven como señales claras de los valores y prioridades compartidas por las democracias avanzadas, influyendo en organismos internacionales, mercados financieros y otros bloques multilaterales.
No obstante, estas cumbres también enfrentan críticas por su exclusividad y limitada representación global. Países emergentes y naciones en desarrollo suelen cuestionar la legitimidad de un grupo que, aunque influyente, no refleja la diversidad del sistema internacional actual.
En resumen, la Cumbre del G-7 de 2025 será una oportunidad crucial para que los líderes globales dialoguen, negocien y tracen líneas comunes de acción. Más allá de los acuerdos concretos, el valor de este tipo de encuentros reside en su capacidad para mantener abierto el canal de comunicación entre potencias, en un mundo cada vez más fragmentado.
Trump y el arte de la negociación disruptiva
El estilo diplomático de Donald Trump, durante sus mandatos como presidente de Estados Unidos, ha generado reacciones encontradas entre líderes mundiales. Sus métodos, marcados por un enfoque no convencional en las relaciones internacionales, han sido objeto de múltiples testimonios que destacan la dificultad de establecer un diálogo tradicional con él en reuniones bilaterales.
Una de las figuras que más ha ilustrado esta percepción es Angela Merkel, ex canciller de Alemania. En declaraciones públicas y reportes periodísticos posteriores a su gestión, se refleja una relación institucional funcional, pero personalmente distante. Merkel habría descrito conversaciones con Trump como impredecibles, donde los argumentos racionales o históricos eran frecuentemente desestimados si no coincidían con su visión inmediata de beneficio nacional estadounidense. Este enfoque, centrado en resultados tangibles y rápidos, contrastaba con el estilo europeo, generalmente más consensuado y basado en principios multilaterales.
Un caso aún más revelador es el del entonces presidente de Ucrania, Petro Poroshenko. Durante una visita a la Casa Blanca en 2017, Trump sorprendió al afirmar que Rusia tenía derecho a anexar Crimea, además de preguntar si Estados Unidos tenía tropas en la zona; años más tarde, con la invasión rusa a dicho país y ya con Volodymyr Zelenskyy como mandatario de la citada nación, Trump lo acusó de que había cometido un error al iniciar una confrontación que no podía ganar. Esta declaración fue vista por analistas como una ruptura significativa con la política exterior estadounidense tradicional hacia Europa del Este, y puso en evidencia la tendencia de Trump a cuestionar estructuras de seguridad establecidas sin mediar consideraciones estratégicas previas.
Estos episodios reflejan una constante en la diplomacia trumpiana: el uso del choque y la ruptura de expectativas como herramienta de negociación. Esta táctica, heredada en parte de su trayectoria empresarial, busca desestabilizar al interlocutor para obtener ventajas percibidas. Sin embargo, en el ámbito internacional, donde la confianza y la predictibilidad son claves, este método generó desconfianza entre aliados y complicó el diseño de políticas coherentes a largo plazo.
Es importante señalar que, pese a las críticas, Trump logró avances en algunos frentes, como el acuerdo comercial con México y Canadá (USMCA) o la normalización de relaciones con varios países árabes mediante los Acuerdos Abraham. No obstante, estos éxitos no eliminan las preocupaciones sobre la volatilidad de su enfoque diplomático.
Los testimonios de líderes como Merkel o Poroshenko ofrecen una visión valiosa sobre cómo ciertos estilos de negociación pueden alterar dinámicas internacionales. Lejos de ser un mero análisis de personalidad, estos relatos subrayan cómo un cambio en la metodología diplomática desde Washington puede tener repercusiones profundas en la arquitectura global de poder y cooperación.
Ahora que se reúnan la presidenta Claudia Sheinbaum y Donald Trump, el próximo martes 17 de junio, cabe preguntar si la mandataria mexicana ha sido asesorada adecuadamente y ha tomado en cuenta la manera de negociar del inquilino de la Casa Blanca –que sigue teniendo a los aranceles como arma de presión– y logrará darse a entender ante alguien que ya tiene armada su agenda con temas como las deportaciones, impuesto a remesas, frenar a los cárteles del narcotráfico –siguiendo con sus acusaciones previas de que el gobierno federal está vinculado al crimen organizado o que Sheinbaum tema combatir a los cárteles–, la renegociación del T-MEC, así como la acusación de Kristi Noem, directora de seguridad interna, de que la presidenta estuvo detrás de las manifestaciones en Los Ángeles.
Sin duda, es un reto mayúsculo el que enfrentará Sheinbaum ante Trump, y volver a ofrecer ante líderes mundiales el programa «Sembrando Vida» no augura nada bueno para México.
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