¡Órale, raza! Agárrense, porque hoy vamos a hablar de un tema que ni mandado a hacer para la comedera de coco: la dichosa ideología. Esa que, como en los viejos tiempos de la Unión Soviética, nos tiene agarrados del cuello y no nos deja ver más allá de nuestras narices. Y no, no estoy hablando de la tía Chona que jura que con Vicks Vaporub se cura todo. Me refiero a esa que, cuando se pone por delante del sentido común, nos lleva directo al despeñadero.
Dicen que el que no aprende de la historia, está condenado a repetirla. Y, ¡qué carambolas!, parece que somos alumnos bien burros. En la URSS, si no pensabas como el camarada en turno, eras hereje, traidor, o de plano, te tocaba un viaje todo incluido a Siberia. ¿Resultado? Una economía que valía gorro, escasez de lo más básico y una sociedad con más miedo que un tamal en la boca del león.
Ahora, échenle un ojo a lo que nos pasa por acá. ¿Desabasto de medicinas? ¡Claro! Si la idea es que «todo lo público es bueno» y «lo privado es el diablo», pues ahí tienen las consecuencias. No importa que haya empresas que saben cómo hacerle para que no falte ni una aspirina, la ideología manda. Y la gente, pues a aguantarse o a encomendarse a todos los santos.
¿Y qué me dicen de la inseguridad? Unos dicen que es culpa de los de antes, otros que es un «asunto complejo». Pero si te atreves a decir que a lo mejor hay que cambiarle tantito a la estrategia, o que quizá deberíamos escuchar a los que sí saben de balazos y no de discursos, ¡zas! Eres un «conservador», un «vendepatrias», o de plano, un «enemigo del pueblo». ¡Como si los balazos distinguieran de ideologías!
Es como si estuviéramos en una cantina, donde el borracho terco no acepta que ya es hora de irse a dormir, aunque ya se esté orinando en los pantalones. La opinión diferente, la observación crítica, incluso la de los adversarios políticos, es vista como un ataque personal, no como una oportunidad para corregir el rumbo. Y así, con la venda ideológica en los ojos, ¿a dónde vamos a parar? Pues a donde mismo: al caos.
Así que, la próxima vez que escuchen a alguien justificar un desmadre con el pretexto de la ideología, pregúntenle si también le da de comer, le cura la gripe o le quita un balazo. Porque al final del día, la realidad es la que cobra la factura, no los discursos bonitos.
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