¡Puta madre! ¿Otra vez con la misma cantaleta? Uno ya está hasta la coronilla de esta pinche dinámica de siempre: alguien se atreve a abrir la boca para proponer algo, y en lugar de escuchar si lo que dice tiene pies y cabeza, ¡zas!, le cae la avalancha de descalificaciones. Que si eres del «PRIAN» (como si eso explicara el mal de ojo o la calvicie), que si en tu juventud fuiste acarreado de un partido, que si el color de tus calcetines es sospechoso. ¡A la chingada!
Neta, ¿cuándo vamos a madurar como país y a entender que las ideas no tienen partido ni acta de nacimiento o su INE? ¿Cuándo nos va a caer el veinte de que una propuesta, ya sea para reformar la ley electoral o para que no nos asalten en cada esquina, debe ser analizada por lo que es y no por quién la dice? Parece que aquí, si no vienes de la cuna «correcta» o si no has comulgado con el credo «oficial», tu opinión vale menos que un boleto de metro sin saldo.
Es como si estuviéramos en una primaria perpetua donde el que propone algo diferente es el «nerd» o el «apestado». Nos hemos vuelto unos expertos en el arte de la deconstrucción del prójimo, pero cero en la construcción de soluciones. Y así, entre dimes y diretes, entre acusaciones de ser «fifí» o «chairo», el país sigue con los mismos problemas de siempre, porque a nadie le da la gana sentarse a debatir con argumentos en lugar de escupir veneno.
Así que, la próxima vez que alguien salga con una idea, por más descabellada que parezca, o por más que te caiga gordo el que la propone, haz un ejercicio de civismo y métete el prejuicio por donde te quepa. Escucha, analiza y, si vas a descalificar, que sea con razones, no con el mismo choro mareador de siempre. ¡Ya estamos grandes para estas pendejadas!


























