La contundente victoria de José Antonio Kast en la segunda vuelta presidencial de Chile, celebrada el 14 de diciembre de 2025, marca un giro significativo en el panorama político del país y de América Latina. Con cerca del 58% de los votos frente al 42% de Jeannette Jara, candidata respaldada por el oficialismo de izquierda, Kast se convierte en el primer presidente de ultraderecha en asumir el cargo desde el retorno a la democracia. Su triunfo, el tercero intento tras campañas previas, consolida un avance conservador en la región, sumándose a gobiernos como el de Javier Milei en Argentina.
Las reacciones internacionales han evidenciado una profunda división ideológica. Desde la izquierda, el presidente colombiano Gustavo Petro generó controversia al advertir que “vienen vientos de la muerte” por el sur y el norte del continente, calificando el resultado como avance del fascismo y rechazando cualquier contacto con quien considera un “nazi”. Nicolás Maduro, por su parte, retomó acusaciones históricas al vincular a Kast con el pinochetismo, evocando el legado de la dictadura militar. En México, la presidenta Claudia Sheinbaum felicitó institucionalmente al ganador, pero enfatizó que la “ola derechista” no llegará a su país, llamando a una reflexión regional para la izquierda. Estos pronunciamientos, cargados de retórica apocalíptica, contrastan con respuestas más moderadas de otros líderes progresistas, como Luiz Inácio Lula da Silva, quien optó por mensajes protocolares.
En el espectro opuesto, la derecha celebró efusivamente. El presidente argentino Javier Milei recibió a Kast en Buenos Aires apenas dos días después de la elección, en su primer viaje internacional como presidente electo. El encuentro, marcado por un abrazo público y anuncios de una “hoja de ruta bilateral” en seguridad, migración y comercio, subraya afinidades ideológicas y promete una relación sin precedentes. Mientras tanto, el saliente presidente chileno Gabriel Boric, pese a diferencias ideológicas, inició inmediatamente el proceso de transición, demostrando pragmatismo institucional al felicitar al ganador y coordinar el traspaso de poder.
Este episodio revela cómo la polarización ideológica distorsiona percepciones en ambos bandos. La izquierda interpreta el triunfo como amenaza existencial, recurriendo a hiperboles que evocan autoritarismos pasados, mientras la derecha lo exalta como victoria del orden y la libertad económica, ignorando críticas por posiciones extremas de Kast en temas como migración y derechos humanos. Analistas destacan que tales reacciones extremas perpetúan una “venda ideológica” que obstaculiza diálogos constructivos, en un continente marcado por desigualdades y desafíos compartidos como delincuencia y crecimiento económico.
El resultado chileno se inscribe en una tendencia regional de alternancia, con avances conservadores en Argentina y retrocesos progresistas en varios países. Sin embargo, la magnitud de las respuestas sugiere que la batalla ideológica no solo divide naciones, sino que afecta la cooperación hemisférica. Queda por ver si el gobierno de Kast moderará su discurso para gobernar un país dividido o profundizará fracturas, mientras líderes regionales ajustan estrategias ante este nuevo equilibrio de fuerzas.




































