Si pensabas que la figura del «elefante blanco» se reservaba para la arquitectura suntuosa de los gobiernos que gastan en cosas que nadie necesita, ¡bienvenido a la era de la megafarmacia! Cuando Andrés Manuel López Obrador decidió abrir esta megafarmacia, lo hizo con la fanfarria de un economista que acaba de encontrar el oro en las tierras del norte. “¡Por fin! ¡La solución definitiva al desabasto de medicamentos!”, gritaban los fervorosos seguidores mientras el país se llenaba de emoción, como si el Checo Pérez hubiera ganado la Fórmula 1. Pero, ¡sorpresa! Casi dos años después, tenemos un nuevo símbolo de la ineficiencia administrativa y la falta de planeación que hace que sus promesas se escuchen más como un chiste que como un plan.
La idea era brillante: un enorme centro de distribución que prometía abastecer a todo el país como si fuera la tienda del súper más grande, donde antes de salir te dieran un café y unas galletas. Pero la realidad ha sido tan amarga como un café quemado. La Megafarmacia, que a muchos les pareció la solución a sus problemas de salud, hoy parece ser un monumento al abandono. Eso sí, con más polvo que medicamentos.
Y es que no solo ha sido un fiasco en el aspecto funcional, no señor. Aquí estamos hablando de un lugar que, en teoría, debería haber hecho que los muertos por falta de medicamentos fueran parte del pasado. Sin embargo, el escenario es un poco más apocalíptico: estanterías vacías y un logo cuya brillantez se ha desvanecido como la memoria de las promesas del político promedio.
Los memazos en redes sociales no se han hecho esperar. “¿Y si hacemos un tour por la Megafarmacia? Tal vez veamos una especie de museo del desabasto”, dice un tuitero, mientras otros proponen que en lugar de consultas médicas, se ofrezca terapia para quienes perdieron la fe en la salud pública. Ironías de la vida moderna: el único lugar donde parece haber stock, son los memes.
Pero lo que más molesta, y lo digo con toda la sinceridad que me caracteriza, es que en lugar de tomar este fiasco como un llamado a la acción para arreglar el sistema de salud, parece que solo sirve para que López Obrador y sus secuaces se estén dando palmaditas en la espalda, como si tuvieran una barra de oro en las manos y el pueblo tiene que conformarse con lo que le sueltan.
Así que, amigos, el panorama no es muy alentador. La Megafarmacia, que se prometió como una panacea, se ha convertido en un recordatorio de que las ocurrencias no curan las enfermedades. Y mientras tanto, las personas siguen esperando sus medicamentos como si fueran el regalo de un Santa Claus que nunca llega…
Al final del día, el sentido común parece haberse extraviado en el laberinto del poder. Y mientras esta megafarmacia se pasea en la opacidad, los ciudadanos, que ya sabemos que son los que más aguantan, siguen buscando las soluciones que jamás llegaron. ¡Vaya forma de hacer política!



































