En Nepal, un país de 30 millones de habitantes, las protestas han estallado con furia tras revelaciones sobre el lujoso estilo de vida de los «nepokids», hijos de la élite gobernante que ostentan riqueza en un contexto de desigualdad. Mientras tanto, en México, el debate sobre el Café del Bienestar refleja una indignación similar ante los privilegios de la clase política, aunque con respuestas marcadamente distintas.
En Nepal, el término «nepokids» surgió en redes sociales como TikTok y Reddit, donde jóvenes expusieron los viajes de lujo, autos costosos y educaciones en el extranjero de los hijos de políticos, financiados presuntamente con dinero público. Este movimiento, inicialmente digital, escaló a protestas callejeras el 8 de septiembre de 2025, con enfrentamientos violentos en Katmandú que dejaron dos muertos, incluido un camarógrafo, y 110 heridos. Los manifestantes exigen transparencia y el fin de la corrupción sistémica, mientras que los promonárquicos aprovechan el descontento para pedir el retorno de la monarquía, abolida en 2008. La campaña #PoliticiansNepoBabyNepal ha amplificado la ira contra una élite percibida como desconectada de las penurias de la mayoría, donde la pobreza afecta al 20% de la población. Sin embargo, algunos critican el movimiento por riesgo de acoso a los hijos de políticos, evidenciando un debate sobre los límites de la protesta.
En México, a pesar de las revelaciones de los viajes de lujo de muchos de los militantes de Morena, incluido uno de los hijos del expresidente López Obrador, lo que tenemos es un escándalo en redes que se queda en el ámbito digital o debates por el Café del Bienestar, un proyecto impulsado por Morena para promover café chiapaneco, algo que ha desatado controversias similares sobre el uso de recursos públicos, esto muestra que podemos indignarnos por lo mismo que en Asia, pero sin lo sucedido en Nepal.
Por ejemplo, las críticas señalan que el programa de Café del Bienestar, presentado como apoyo a productores locales, encubre clientelismo y desvío de fondos, con imágenes de empaques lujosos que contrastan con la austeridad prometida por la Cuarta Transformación. A diferencia de Nepal, donde la indignación se tradujo en violencia, en México el debate permanece en el ámbito político y mediático, con discusiones en redes y críticas de la oposición.
Encuestas recientes muestran que el 60% de los mexicanos perciben corrupción en proyectos gubernamentales, pero la respuesta ciudadana no ha escalado a protestas masivas, posiblemente por la polarización política y la falta de un movimiento unificado como en Nepal.
Ambos casos reflejan una creciente intolerancia global hacia los privilegios de las élites. En Nepal, la furia juvenil desafía un sistema corrupto; en México, el desencanto se canaliza en debates sin acción concreta. Mientras los nepokids enfrentan la ira de las calles, aquí seguimos sin reaccionar ante situaciones parecidas de políticos que presumen en redes sus viajes por el extranjero, su ropa de marca o sus propiedades millonarias. La pregunta es si México seguirá discutiendo o si, como en Nepal, la indignación tomará las calles.
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