¿Es Trump un pacificador o un negociador egoísta?

En el escenario global, Donald Trump ha cultivado una imagen de pacificador, proyectándose como un líder capaz de resolver conflictos internacionales con su talento para los negocios. Sin embargo, un análisis detallado de sus esfuerzos en Ucrania y Gaza revela que sus intenciones podrían estar más alineadas con intereses económicos y políticos que con una genuina búsqueda de paz. ¿Es Trump un pacificador o un negociador que prioriza los beneficios para Estados Unidos, incluso a costa de soluciones duraderas?

En Ucrania, Trump prometió durante su campaña de 2024 terminar la guerra contra Rusia en 24 horas. Desde su llegada a la Casa Blanca en enero de 2025, ha impulsado negociaciones directas con Vladimir Putin, incluyendo una cumbre en Alaska en agosto de 2025 que no logró un alto el fuego ni un acuerdo de paz. Aunque Trump anunció “grandes avances” tras su reunión con Putin, las conversaciones se estancaron, y sus propuestas de intercambios territoriales, como ceder partes de Donetsk y Lugansk, fueron rechazadas por Ucrania y Europa como inviables. Además, su insistencia en un acuerdo sobre minerales raros con Ucrania, que incluye un fondo de inversión conjunto, sugiere que los intereses económicos de EE.UU. son una prioridad. Este enfoque ha generado críticas por marginar a Ucrania y a la Unión Europea, debilitando la credibilidad de sus esfuerzos diplomáticos. La amenaza de retirar el apoyo militar si no se avanza en las negociaciones refuerza la percepción de que Trump busca resultados rápidos para su imagen, no una paz sostenible.

En Gaza, la situación es aún más controvertida. Trump ha propuesto planes que violan el derecho internacional, como la idea de transformar Gaza en una “Riviera de Oriente Medio” bajo control estadounidense, ignorando la soberanía palestina. Su reunión con Benjamin Netanyahu en febrero de 2025, donde respaldó la ofensiva israelí, desató temores de desplazamientos masivos y una ruptura del frágil alto el fuego. Estas propuestas, lejos de promover la paz, parecen diseñadas para alinear a Israel con los intereses comerciales de EE.UU., como la reconstrucción de Gaza, pero sin abordar las demandas palestinas. La falta de avances concretos y la escalada de la ofensiva israelí en Ciudad de Gaza, con evacuaciones masivas, evidencian el fracaso de su estrategia.

El patrón es claro: Trump utiliza los conflictos como oportunidades para negociar acuerdos que beneficien a EE.UU., desde recursos minerales en Ucrania hasta proyectos inmobiliarios en Gaza. Su retórica de “hacer tratos” refleja un enfoque transaccional que prioriza su imagen y los intereses nacionales por encima de soluciones justas. Aunque su intervención ha abierto canales de diálogo, la exclusión de las partes afectadas y la presión por resultados inmediatos socavan la posibilidad de una paz duradera. En última instancia, los esfuerzos de Trump en Ucrania y Gaza no solo fracasan en lograr la paz, sino que refuerzan la percepción de que su narrativa de pacificador es más una herramienta de autopromoción que un compromiso genuino con la resolución de conflictos.

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