¡Pura neta! «Dale un poco de poder a la ignorancia y se convertirá en prepotencia». ¡Qué frase tan atinada para describir el lodazal político en el que nadamos! Parece que nuestros próceres, apenas se calzan el traje de poder, se transforman en una especie de deidades intocables, incapaces de digerir la más mínima crítica. ¡Se ofenden hasta si les dices que su gel antibacterial es pirata!
La piel de gallina de nuestros gobernantes
Es de risa loca, o más bien de llanto, ver cómo reaccionan. Uno les dice «oiga, su política pública está más chueca que la torre de Pisa», y ¡zas!, te salen con que eres un «golpista», un «vendepatrias» o un «enemigo de la transformación». ¡No tienen abuela! ¿A poco no les da pena? Se victimizan cual quinceañera a la que no le compraron el vestido de sus sueños. Quieren demandar, censurar, y hasta revivir la Santa Inquisición para quemar en leña verde a quien ose contradecirlos.
Censores de pacotilla
Y lo peor es que se la creen. Se inflan como pavos reales, sacando leyes a modo para acallar cualquier voz disidente. Quieren que todo sea aplauso y porra, como si el país fuera un concierto de banda donde el único permiso es para gritar «¡otra, otra!». ¡No mames! El día que se den cuenta de que el verdadero poder reside en la gente, y no en su fuero o en su banda presidencial, ese día, y solo ese día, quizás podríamos hablar de un avance. Mientras tanto, seguiremos aguantando a estos reyezuelos con ínfulas de «iluminados» que confunden gobernar con dictar sermones.
Porque una cosa es segura, la ignorancia con poder no solo se vuelve prepotencia, se vuelve un cáncer que carcome la democracia. ¡Ahí se las dejo de tarea, mis queridos lectores!
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