¿Qué hacían Donald Trump y Vladimir Putin cuando cayó el muro de Berlín? ¿Dónde estaban en 1989? Mijaíl Gorbachov y George W. Bush gobernaban la URSS y EU. Los dos presidentes actuales quieren volver a levantar ese y otros muros. Ya reventaron la globalización. Es hora de resucitar las murallas comerciales, culturales, religiosas, raciales, y no pueden faltar las militares. A eso parecen ir a Alaska, a despanzurrar con nuevos muros Ucrania, y lo que se les ponga enfrente, incluido México. Pregúntele a la industria nacional de tractocamiones.
Volvamos al punto. ¿Qué era de Trump y Putin cuando colapsó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y parecían borrar las límites nacionales? Eso nos dará pistas para ver qué quieren y cómo actúan. A ambos les encantaba “blofear”.
Putin era un oficial de la KGB, espía soviético en Dresde, Alemania Oriental, desde donde se criticaba la “perestroika” y el “glasnost”, las medidas de transparencia y apertura de Gorbachov. Allí en una oficina arrinconada seleccionaba burocráticamente información. Ese 9 de noviembre histórico de 1989, pensó que su vida acababa junto al derrumbe del muro soviético, y soportó los gritos de una multitud que se arremolinó afuera de la casa diplomática y amenazaban con tomarla y quemar los archivos; entonces, el teniente coronel Putin “cometió el acto más arriesgado y decisivo que se conozca de él durante su carrera en la KGB. Vestido de uniforme, salió. Sin su sombrero y sin órdenes, y fingió”. Llegó a la puerta donde estaba la muchedumbre eufórica y habló con calma: “Esta casa se encuentra estrictamente custodiada —dijo en alemán—. Mis soldados tienen armas. Y les he dado órdenes: si alguien ingresa al complejo, deben abrir fuego…”. Hizo una pausa dio la vuelta y caminó de regreso a casa. Ni tenía mandato de Moscú, ni armas, ni soldados. Simuló. La treta de Putin funcionó, nadie entró a la sede rusa. Fanfarronería, matonismo fantoche. El mundo de Putin. Blof.
Trump en ese año, después de múltiples demandas, anuncios de compras, deudas, enredos financieros y amorosos, ultimaba el mastodóntico y ostentoso casino Taj Mahal en Atlantic City, que inauguró en abril de 1990 al lado de Michael Jackson. La casa de apuestas debía ingresar 1.3 millones de dólares diarios. The Wall Street Journal dudó. Forbes publicó la declaración fiscal, Trump no tenía el dinero, se probó el embuste. Un analista financiero, Abe Wallach, lo criticó: “Si tienes un ego tan grande como el suyo y compras todo lo que ves, parte de la culpa es suya”, dijo en la televisión (PBS). Trump le demandó 250 millones de dólares por difamación. Negoció, timó, y a finales de 1990, el tal Wallach ya era el director de adquisiciones de la Organización Trump. En ese año también lo acusó su primera esposa, Ivana Zelníčková, después de que apareció en febrero en la portada del New York Post, Marla Maples, quien sería su segunda esposa, expresando que tuvo, con Trump, “el mejor sexo de mi vida”. Farándula, placer, dinero, frivolidad, abogados, posibles fraudes y querellas. La vida de Trump. Blof.
El tema es que ahora ambos artistas de la apariencia tienen mucho poder, crean y hacen creer castillos en el aire. Engañan incautos. El norteamericano es un “camaleón”, y el ruso un “nuevo zar”, como titulan sus biografías, Maggie Haberman y Steven Lee Myers, periodistas del New York Times, de donde tomé las notas.
Trump también está chantajeando a México, y lo exprime con los aranceles, persecución a narcos, ahora extraditados, etc. Le está sacando al gobierno “soberano” de Morena lo que quiere. Putin persigue recuperar el brillo perdido de la URSS, aunque traslade el muro de Berlín a Ucrania. El vecino es un tahúr del espectáculo y “la casa nunca pierde”; el otro, un burócrata humillado por su historia en Alemania, con sed de venganza. El norteamericano un crupier con clientes, no ciudadanos; el ruso un amo con vasallos. Ahora ya no “blofean”, gobiernan.
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