La economía mexicana arranca el sexenio con una inesperada noticia que ha llamado la atención de propios y extraños: un superávit comercial en abril de 2025 y un saldo positivo acumulado en los primeros siete meses. Según datos de TResearch International, el país exportó en abril 54,296 millones de dólares (mdd) e importó 54,384 mdd, lo que resultó en un saldo casi neutro, pero con un superávit acumulado de 4,080 mdd en lo que va de la actual administración.
Este dato contrasta notablemente con los déficits que caracterizaron los gobiernos anteriores, lo que sin duda genera preguntas y levanta cejas entre quienes observan de cerca el panorama económico nacional. ¿Estamos presenciando el inicio de una nueva era de bonanza económica o hay matices que debemos considerar?
Las exportaciones mexicanas han mantenido una tendencia al alza, superando los 54 mil mdd por segundo mes consecutivo en abril. La comparación sexenal es contundente: mientras que en el sexenio de Enrique Peña Nieto las exportaciones sumaron 2.38 billones de dólares, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador cerró con 3.03 billones, y la actual administración ya registra 365,065 mdd. Estos números, fríos y contundentes, sugieren un dinamismo en el sector exportador que no puede pasarse por alto.
Sin embargo, el análisis debe ir más allá de las cifras superficiales. Un superávit comercial, en esencia, significa que un país vende más al exterior de lo que le compra. A primera vista, esto suena positivo, ya que implica una entrada neta de divisas. Pero, ¿qué tipo de exportaciones están impulsando este crecimiento? ¿Se trata de productos de alto valor agregado que realmente fortalecen la industria nacional, o estamos viendo un aumento en la venta de materias primas que nos mantienen en una posición dependiente?
Asimismo, es crucial examinar el lado de las importaciones. Si bien un saldo positivo es celebrado, una caída drástica en las importaciones podría indicar una desaceleración en el consumo interno o en la inversión productiva. ¿Se están importando menos bienes de capital necesarios para la modernización de la industria, o menos productos que reflejan un menor poder adquisitivo de los ciudadanos? Un superávit no siempre es sinónimo de una economía robusta y diversificada si se logra a costa de la paralización de otros sectores vitales.
Para la oposición y los ciudadanos interesados en la política, este anuncio, aunque presentado de manera positiva por los informes oficiales, debe ser escrutado con lupa. Es fundamental demandar transparencia y un desglose detallado de las cifras. ¿Cuáles son los sectores específicos que están contribuyendo a este superávit? ¿Existe un plan claro para mantener y fortalecer esta tendencia, o es un resultado coyuntural que podría revertirse?
El contraste con los sexenios anteriores es un punto clave. Si los gobiernos pasados se caracterizaron por déficits persistentes, ¿qué políticas o factores están detrás de este cambio de rumbo? ¿Es mérito de la actual administración o responde a tendencias globales o a la inercia de proyectos de inversión gestados en periodos anteriores?
En un país donde la economía es un termómetro crucial del bienestar social, es imperativo que los ciudadanos exijan un análisis profundo y desapasionado de estos datos. Un superávit comercial puede ser una buena noticia, pero solo si se traduce en beneficios tangibles para todos: empleos mejor remunerados, una industria nacional más fuerte y una mejor calidad de vida. De lo contrario, podría ser simplemente un espejismo en el complejo paisaje económico de México.
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