Sabías que el COVID prolongado está dejando secuelas neurológicas

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Se estima que hasta 400 millones de personas alrededor del mundo, como si el virus hubiera decidido quedarse de fiesta en el cerebro mucho después de la infección inicial. Imagínate: gente que pasó el COVID leve o heavy, y meses o años después sigue lidiando con niebla mental, olvidos constantes, ansiedad que no para, dolores de cabeza que vuelven como bumeranes, problemas para dormir, y hasta pérdida del olfato o gusto que hace que la comida sepa a cartón. No es broma, estudios como el de Nature Reviews Disease Primers lo confirman: entre el 5% y 20% de los infectados en la comunidad, y hasta el 50% de los hospitalizados, terminan con estos síntomas que les roban la concentración, el ánimo y la calidad de vida diaria.

Piensa en lo heavy que es: estás en una reunión de trabajo, pero tu cerebro va a media máquina, como si tuviera niebla espesa tapando las ideas. O intentas recordar dónde dejaste las llaves y terminas frustrado porque todo se siente lento. Investigaciones recientes muestran que más del 60% de los pacientes tienen «brain fog» –esa sensación de aturdimiento cognitivo–, junto con fatiga brutal en el 74%, depresión y problemas musculares. Y no es solo un ratito: síntomas como estos persisten hasta tres años después, afectando la velocidad de procesamiento y la atención, según expertos de Northwestern Medicine y otras unis. Lo peor es que no discrimina: te pegue leve en casa o termines en UCI, el riesgo está ahí.

Pero ¿por qué pasa esto? Los científicos apuntan a mecanismos biológicos alucinantes, como el virus SARS-CoV-2 que se queda colgado en los tejidos, reactivando herpesvirus dormidos, desequilibrando la microbiota del intestino, o armando un lío autoinmune con coágulos y inflamación crónica. Hay activación inmune persistente con niveles altos de IL-6 y otras moléculas que mantienen el cuerpo en modo «alerta roja» por meses. [ en conversación] Estudios en Nature Immunology lo probaron: seis meses después, el sistema inmune sigue en llamas. Además, RNA viral en muestras y microbiomas revueltos son comunes en estos pacientes. Es como si el cuerpo no pudiera apagar el interruptor post-COVID.

La buena noticia es que no se quedan de brazos cruzados. Hay trials en marcha que dan esperanza: BioVie prueba bezisterim, un fármaco que cruza la barrera cerebral para mejorar cognición y fatiga, con resultados para 2026. El NIH con RECOVER testa naltrexona baja, baricitinib y más, enfocados en síntomas personalizados porque cada caso es un mundo. [conversación previa] El review de Nature insiste: el tratamiento debe ser a medida, atacando órganos múltiples.

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Esto no es solo ciencia lejana; podría ser tu vecino, amigo o tú mismo. ¿Y si mañana lees que hay cura? Vale la pena enterarse más, seguir investigando y apoyando estos avances. El long COVID es un monstruo silencioso, pero la ciencia lo está cazando. ¡No te lo pierdas!

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