Religión y política: entre la laicidad y la influencia, quinta parte

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La relación entre la religión y la política ha pasado por las ópticas de dos bandos bien definidos. De un lado, quienes buscan que no se limite la participación de religiosos en temas como educación y política, en tanto que la otra parte recuerda los excesos de quienes, al amparo de una creencia, han buscado tener más poder terrenal que espiritual. Pero no son los únicos enfoques para tratar de entender esta dinámica, como veremos a continuación.

 

Fuera de la coyuntura

Roberto Blancarte, como investigador de temas religiosos, es quizá uno de los mejores analistas acerca de este asunto, alejado de los radicalismos de las posiciones que comentamos al inicio de esta columna. En su libro, El Poder, salinismo e Iglesia Católica, explica que este fenómeno no ha contado con analistas que revisen los acontecimientos fuera de la coyuntura o con un aparato explicativo que “vaya más allá de la condena ideológica, que permita una correcta apreciación de las acciones eclesiales, que comprenda las pautas de comportamiento de los fieles y de sus dirigentes, que aporte algunos elementos que permitan por lo menos un cierto grado de predicción respecto al futuro de la institución, así como de su actitud ante el Estado”.

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Blancarte explica que buena parte de las investigaciones caen “en la explicación personalista, donde las características especiales de los individuos (Juan Pablo II, Corripio, etcétera) permiten entender la orientación global de la institución eclesial. Se enfatizan los aparentes cambios y se supone que éstos no tienen un origen en posiciones añejas. Todo es nuevo. Lo único que permanece —para estos investigadores— es el antiguo deseo eclesial por recuperar privilegios perdidos”, pero que “en el análisis de las instituciones y particularmente en el de la Iglesia Católica es muy importante rebasar los estudios coyunturales, los cuales, si bien pueden ayudar a explicarnos ciertas posiciones de algunos de los grupos que la integran, requieren asimismo de una visión de larga duración”.

Así, y con relación al tema que abordamos en esta ocasión, Roberto Blancarte agrega: “el enfoque de la interacción continua iglesia-sociedad es por lo tanto indispensable para comprender las relaciones Iglesia-Estado, las cuales son una parte, a veces menor, de las motivaciones religiosas y del origen de las actitudes de las Iglesias con el mundo externo”.

Ya en el ámbito nacional, el autor recuerda que “había dos terrenos donde la Iglesia Católica chocaría con el Estado, los cuales siguen siendo los mismos temas de enfrentamiento que vemos en la actualidad: la cuestión social y educativa” acerca de lo cual agregaría que “el régimen de la Revolución Mexicana trabaja de consolidarse tanto ideológica como socialmente y veía a la Iglesia católica, con justa razón, como uno de sus principales adversarios en estos terrenos”.

Con el paso del tiempo, recuerda Blancarte, se dio lo que él llama un acomodo entre ambos bandos. “Es claro que la existencia de un acomodo circunstancial, pragmático y hasta duradero, no implica necesariamente la desaparición del conflicto ni mucho menos de las causas que están en su origen. La jerarquía católica llegó a un acomodo con el gobierno cardenista y posteriormente con los gobiernos que le sucedieron, a pesar de no compartir ninguno de sus postulados básicos y a pesar más bien de estar en contra de ellos”.

Tras el reconocimiento jurídico a las iglesias en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, el investigador planteó que esto no dio por terminado el conflicto añejo, sino que sólo hizo que se pospusiera, “es más probable que un reconocimiento jurídico contribuya a mediano plazo a la intensificación de los conflictos entre ambas instituciones”.

Lo anterior, en virtud de que “la doctrina social católica no puede transigir con el Estado mexicano, porque este ha edificado su régimen sobre principios emanados del liberalismo, es decir, la soberanía popular, el individualismo, el laicismo y todas sus consecuencias”.

Así, una de las conclusiones de Blancarte es que “salvo que el catolicismo pase a ser religión nacional o que presenciemos la constitución de un Estado confesional, la Iglesia Católica y el Estado en México podrán llegar a un acomodo definitivo, a un nuevo modus vivendi, pero difícilmente a la conciliación definitiva”.

Desde hace años –con las visitas del Papa o la creación de partidos con fuerte vinculación religiosa– se presentó una oportunidad para que este tipo de enfoques volviera a la agenda de discusión nacional y no se quedara todo en una simple anécdota para que nuestros políticos aprovecharan las creencias de la población para tomarse una foto con los electores o utilizaran algún símbolo religioso para su proselitismo, por lo que la discusión a fondo sobre este tema se aplazó siguiendo ese dicho popular que indica que mejor hay patear el bote pa delante.


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