La Maestra Censorcita y el Drama del «Dato Protegido»: ¡Aguas con el karma digital!

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¡Ay, mis queridos lectores, agárrense que hoy la cosa está que arde! Y no, no hablo del calor de la canícula, sino del fuego purificador (o purificadoramente ridículo) de la censura digital en nuestro querido México. Resulta que una diputada federal del PT, a quien por lo visto le urge un reflector más grande que el del Zócalo, anda armando un drama digno de telenovela de Televisa. ¿La razón? Se siente «invisibilizada» porque le dicen «Dato Protegido». ¡Ah, qué cosas! ¡Y uno que pensaba que los diputados se sentían invisibilizados solo cuando tocaba sesionar en día festivo!

Miren, para los que no andan muy duchos en este chismecito de la política cibernética, les pongo al tanto. Una usuaria de redes sociales, por ahí en el fragor de la batalla tuitera, hizo un comentario que a la honorable legisladora (cuyo nombre, por cierto, es menos público que los acuerdos del Vaticano) no le gustó. ¿El resultado? ¡Pum! Demanda, sentencia y la pobre tuitera obligada a publicar diariamente durante un mes una disculpa a «Dato Protegido» en referencia a la diputada, algo que viene en la sentencia. ¡No bueno! ¿Ahora resulta que la libertad de expresión viene con cláusula de «no molestar a la honorable señora»?

Pero esperen, que aquí viene lo bueno. La diputada en cuestión, que tiene al marido presidiendo la Cámara de Diputados y a media familia enchufada en el gobierno de Sonora, hasta como contratistas (¡casualidades de la vida, diría mi abuela!), ahora se queja de que la llamen «Dato Protegido». ¡Pues claro, mi chula! Es que la sentencia así lo dice. ¡No es que uno le ponga el apodo por gusto, sino por orden judicial! Es como si a mí me obligaran a llamarle «Su Majestad Ilustrísima» a la señora del puesto de quesadillas y luego ella se ofendiera porque no la llamo por su nombre. ¡Por favor!

Lo que es verdaderamente hilarante (y preocupante, no nos hagamos los disociados) es la doble moral. Por un lado, la diputada ejerce una censura digna de la Santa Inquisición digital, y por el otro, se victimiza porque la consecuencia de su propia acción es que la apoden como la sentencia mandata. ¿A poco no le da risa? O más bien, ¿a poco no le da coraje? Porque al final del día, esto no es solo un chisme de lavadero digital, es una muestra de cómo el poder, a veces, se usa para silenciar. Y eso, mis queridos parroquianos, es una patada en los bajos a la democracia.

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Así que ya saben, amigos. Antes de tuitear cualquier cosa, piénsenlo dos veces, no vaya a ser que terminen dándole el gusto a algún «Dato Protegido» que se ofende hasta por una mosca. ¡Y que conste que la que calla, a veces, otorga… pero otras veces, solo se aguanta porque no tiene los contactos de la diputada!


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