¡Ay, nanita! Si el fútbol es el deporte de las masas y la política el circo de los pillos, Cuauhtémoc Blanco es el payaso estrella que une ambos mundos con un solo «cuernito» bien puesto. Exgoleador del América, exgobernador de Morelos y actual diputado morenista que parece más un meme viviente que un legislador. ¿Qué ha hecho últimamente este ídolo de barrio? Pues lo de siempre: patear todo lo que se le cruce, literal y figurado.
Empecemos por lo heavy: en 2024, una familiar lo acusa de intento de violación, con detalles que dan escalofríos. La Fiscalía de Morelos pide su desafuero en febrero de 2025 para que pague con cárcel, no con curules. ¿Resultado? Él contraataca con denuncia por extorsión –»me pedía un millón de varos pa’ callarse», dice el güey– y el caso se estanca en el limbo judicial. Morena, en vez de mandarlo a la banca, lo defiende a capa y espada: «¡Es persecución política!», gritan, como si el abuso sexual fuera un foul de juego limpio.
Y ni hablemos de la corrupción en su sexenio morelense: desvíos millonarios, huachicol fiscal y un estado que salió más endeudado que un hincha del Tri en Qatar. Autoridades locales lo señalan con el dedo gordo, pero él, fresco como lechuga, jura que «da la cara». ¿Dónde? En la Cámara de Diputados, donde como federal no ha presentado ni una pinche iniciativa en todo el año. Cero propuestas, cero leyes, puro show.
Pero el colmo, carnales, fue en octubre: mientras la Comisión de Presupuesto discute el futuro del país, ¿dónde anda el Cuau? ¡Jugando pádel como si fuera el rey del antro! Videos virales lo cachan raqueteando en lugar de votando, priorizando el smash sobre el sentido común. «¡Es mi terapia!», se excusó después, como si el estrés de ser inútil se curara con pelotazos.
Y ahora, para rematar la comedia negra, en un partido de exhibición esta semana –sí, porque a sus 52 años sigue fingiendo que patea balones en vez de balones fiscales–, se le ve como le da un madrazo al portero rival. No un empujoncito de esos que se perdonan con un «uy, perdón», sino un golpe que manda al pobre al suelo, expulsión inmediata y memes por doquier. «¿Violento? ¡Nah, es pasión futbolera!», dirá su séquito morenista, mientras en el Congreso, el 25 de noviembre, una diputada del PT le grita «¡Violentador!» y él responde con un beso volado, burlón como un matón de cantina.
¿Vale tanto este showman sudado para que Morena le regale impunidad? ¿Es su «presencia» –léase: votos de machos alpha y memes virales– el escudo perfecto contra la justicia? Porque mientras lo protegen, Morelos llora deudas, las víctimas gritan en el vacío y el Congreso se convierte en ring de lucha libre. Cuau, carnal, ya bájale dos rayitas al ego: el balón se desinfla, y tú también. O mejor, regresa al América… al menos ahí, los fouls se sancionan.































