Tras la liberalización económica que inició en la década de los noventa, la ausencia de un liderazgo que ordenara la producción y ampliara la participación política, dividió al país. Hoy vemos dos Méxicos: uno moderno y competitivo, otro rezagado y vulnerable.
El abandono económico y la exclusión política resultantes crearon vacíos de gobernanza que, inevitablemente, fueron capitalizados por actores criminales que han ido extendiendo sus dominios. Así, también hay un México violento en ciertas regiones y otro con relativos niveles de seguridad. Si bien es verdad que 2025 muestra cierta reducción de delitos vinculados con violencia letal, esta mejora es insuficiente frente al deterioro acumulado.
Esta larga crisis de liderazgo se manifiesta en la justicia. La reciente salida del ex fiscal general Alejandro Gertz Manero y la gestión que dejó traslucen una faceta del complejo problema: una institución con alta impunidad y nula confianza ciudadana. La falta de acceso a la justicia opera como el eslabón final que valida la exclusión social.
Superar esta inercia histórica y sus consecuencias exige un liderazgo renovado, capaz de tomar decisiones difíciles, fundamentadas en racionalidad y justicia social para un crecimiento verdaderamente compartido. Estamos en el momento preciso para corregir el rumbo, articulando cohesión donde hoy vemos fragmentación.
