Abrazos Fallidos: México, Epicentro de Violencia

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El Armed Conflict Location & Event Data Project (ACLED) presentó en su Índice de Conflicto 2025 a México como el cuarto país más peligroso del mundo, solo por detrás de Palestina, Ucrania y Myanmar en términos de severidad global. Este ranking, que evalúa los 50 conflictos más graves, no se basa en guerras declaradas, sino en la intensidad de la violencia política y organizada. México cae en la categoría de «alta» (high), rozando lo «extremo» (extreme), con turbulencias que se extienden como un incendio forestal. ¿Cómo llegamos aquí? El índice mide cuatro indicadores clave: letalidad (fatalidades por violencia), peligro para civiles (ataques dirigidos a no combatientes), difusión geográfica (porcentaje del territorio afectado) y fragmentación de grupos armados (número de facciones involucradas). En todos ellos, México brilla con luz roja: 8,070 incidentes de violencia política registrados solo en 2025, impulsados por cárteles y disputas territoriales.

Lo alarmante no es solo el puesto, sino la consistencia. Myanmar, México, Brasil y Nigeria se mantienen en los primeros lugares en los cuatro indicadores, como un club macabro de naciones donde la paz es un lujo efímero. En México, la letalidad supera los 30,000 homicidios anuales estimados, con civiles atrapados en el fuego cruzado de más de 200 grupos armados fragmentados. La difusión geográfica es devastadora: el 70% del territorio reporta eventos violentos, desde Sinaloa hasta Chiapas, donde el narco dicta la ley. Esto no es un brote aislado; es el legado de una década de inacción estratégica.

Aquí entra la polémica: ¿qué pinta esta clasificación a la luz de la política de «abrazos, no balazos» impulsada por Morena durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador (2018-2024)? Esta doctrina, que priorizaba el diálogo social, programas de bienestar y la desmilitarización sobre la confrontación directa con el crimen organizado, se vendió como un giro humanitario al caos de la «guerra sucia» de Calderón y Peña Nieto. En teoría, sonaba noble: invertir en educación y empleos juveniles para «abrazar» a los marginados y evitar balas innecesarias. Pero los datos del ACLED gritan fracaso. Bajo esta estrategia, la violencia no solo persistió, sino que se multiplicó: los homicidios dolosos subieron un 20% en promedio anual, y los cárteles se fortalecieron, fragmentándose en alianzas volátiles que ahora controlan puertos, minas y rutas migratorias.

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Interpretémoslo sin filtros: «abrazos no balazos» se tradujo en «impunidad sí, acción no». El gobierno federal redujo operativos contra capos, liberando recursos para que grupos como el CJNG y Sinaloa expandieran su imperio, con eventos violentos pasando de 15,000 en 2018 a más de 25,000 en 2024. Críticos, desde think tanks como el Texas Public Policy Foundation hasta columnistas en El Universal, lo llaman una «pésima decisión que agravó el problema», permitiendo que México se convierta en el país no bélico más letal del planeta. ¿Coincidencia? Mientras Morena presumía «bajadas» en tasas de homicidio (que ACLED desmiente con datos en tiempo real), los civiles pagaban el precio: masacres en Guerrero, extorsiones en Michoacán y un flujo de fentanilo que envenena a EE.UU. y regresa como presiones diplomáticas.

La provocación salta a la vista: ¿es esto el precio de una agenda ideológica que romantiza la pobreza pero ignora el terror? Simpatizantes de Morena argumentan que heredaron un monstruo y que los «abrazos» salvaron vidas al evitar escaladas, apuntando a programas como Sembrando Vida que, supuestamente, redujeron reclutamientos narco. Pero los números mienten poco: el índice ACLED muestra un México más fragmentado y letal que nunca, con turbulencias que se proyectan al 2026 bajo Claudia Sheinbaum, quien hereda esta bomba de tiempo. ¿Seguirá el «no balazos» o pivotará a una Guardia Nacional más autónoma? La oposición, desde PAN hasta MC, ya clama por un replanteo radical, acusando a la 4T de pactar con el diablo por votos en zonas controladas por el crimen.

En este México de 2025, donde un viaje en autobús puede ser una ruleta rusa, el índice ACLED no es solo estadística: es un llamado a la acción. ¿Permitiremos que los «abrazos» se conviertan en epitafios? ¿O exigiremos una política que equilibre empatía con firmeza? El debate arde, y en las calles, la pólvora no espera por consensos.

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