Armas de Destrucción, Bush, adictoterroristas, CIA, Irak

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En enero del 2003, el presidente George Bush Jr. mintió a la nación y al mundo con el argumento ante el Capitolio de que el gobierno de Sadam Husein en Irak había conseguido toneladas de uranio enriquecido para construir bombas nucleares de destrucción masiva. La CIA y el MI-6 de Londres inventaron el argumento. Y el presidente de EU se saltó a la ONU e invadió Irak para terminar con el ahorcamiento de Hussein.

El presidente Donald Trump está en la lógica Bush 2.0 con lo de las armas de destrucción masiva, sobre todo porque las fuerzas militares invadieron Irak y revolvieron todo el país para no encontrar ni una sola prueba ni pista de las dichosas armas. El discurso de Bush Jr. se conoce como la mentira de 16 palabras que regresó a Washington en la senda de la invasión imperial.

La tesis del presidente Trump sobre el fentanilo como arma de destrucción masiva crea dos escenarios que complican la política exterior militarizada de la Casa Blanca:

1.- De modo inmediato, se debe de prever que Washington no tardará en desplegar fuerzas militares en todo el corredor de México a la entrada a Sudamérica por Colombia y Venezuela para destruir físicamente los laboratorios de producción de fentanilo, aunque habrá que esperar si el presidente Trump también invadirá China porque desde ahí vienen los precursores de fabricación de opioides e inclusive ya se tienen sospechas de que existen laboratorios en el oriente.

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2.- El presidente Trump encara la categoría propia del terrorismo interno porque el fentanilo como ADM se sustenta en la existencia de cien millones de consumidores locales de droga que pudieran ser caracterizados como adictoterroristas. Estos consumidores –alrededor de un tercio de la población americana– son los que alimentan la producción externa y contrabando interno de fentanilo para su distribución bajo las narices de la DEA en los 50 estados de la Unión Americana y en más de tres mil ciudades.

El presunto uranio para Irak en el contexto de las armas de destrucción masiva en 2003 descompuso la credibilidad muy menguada de la CIA. Al interior de la agencia, el diplomático Wilson, esposo de la agente operadora Valeria Plame, fue contratado para ir a Nigeria a “probar” lo de los tubos de uranio, pero su conclusión fue negativa. Sin embargo, el asesor de seguridad nacional del vicepresidente Cheney, Scooter Libby, obligó a la CIA a tergiversar su informe, y como castigo le filtró al The New York Times que la esposa del diplomático –y dio su nombre– era operadora de campo de la CIA violando la ley. El funcionario fue encarcelado y luego indultado.

La definición estricta de las armas de destrucción masiva tiene que ver con aparatos de guerra que causan estragos al estallar como bombas, y sobre todo Bush Jr. había escandalizado al mundo con el argumento de que se trataba de armas químicas producidas en laboratorios clandestinos de Hussein. El solo hecho de ser considerada arma implica su uso en conflagraciones entre dos ejércitos.

El fentanilo, sin embargo, no cumpliría las características de un arma de destrucción masiva: no es instrumento de guerra, los cárteles del narcotráfico son considerados terroristas sin cumplir con las características de un grupo de guerra de terror, el fentanilo se produce para consumo que exigen los millones de adictos estadounidenses que son tolerados por el Gobierno de Estados Unidos y contra los cuales no hay ninguna acción realmente ni represiva ni de sanción.

El fentanilo cruza la frontera americana aprovechando la corrupción de funcionarios del Gobierno de Estados Unidos y se distribuye a través de carreteras y ferrocarriles sin que las autoridades sorprendan con decomisos espectaculares. De aproximadamente el 2005 al 2025, la contaminación de adictos y contrabandistas de fentanilo ha crecido en los 50 estados de la Unión americana, como lo revelan las evaluaciones hechas públicas por la DEA sobre los cárteles latinoamericanos que están asentados físicamente dentro de EU.

Y finalmente, los cárteles de narcotráfico son organismos delictivos trasnacionales que operan –y lo confirman las evaluaciones de la DEA– en la inseguridad pública, que se dedican al contrabando y venta clandestina de droga y que su capacidad de organización criminal se usa solo para combatir entre los propios cárteles en la disputa de territorios, pero no han atacado ni declarado la guerra al Gobierno de Estados Unidos ni a los gobiernos sede de sus laboratorios, por lo que tampoco cumplirían con la caracterización de una organización de guerra que usara la droga como arma de destrucción masiva, toda vez que son los adictos americanos los que exigen la droga.

Trump declaró narcoterroristas a seis cárteles mexicanos y no sirvió y ahora decreta el fentanilo como arma de destrucción masiva pero sería más bien una droga del suicidio colectivo de la sociedad americana. 

Política para dummiesla política es una guerra sin armas.

El contenido de esta columna es responsabilidad exclusiva del columnista y no del periódico que la publica.

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