Regresó con Trump el policía del mundo

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El regreso de Trump a la Casa Blanca ha revitalizado esa doctrina de «policía del mundo» con un enfoque hemisférico agresivo. En solo meses desde su inauguración en enero de 2025, su administración ha escalado presiones en Venezuela y Nicaragua, enmarcadas en la nueva Estrategia de Seguridad Nacional (NSS) publicada el 4 de diciembre, que revive la Doctrina Monroe con un «Corolario Trump» para restaurar la «preeminencia estadounidense» en el Hemisferio Occidental. Vamos a desglosar los hechos recientes y analizar si esto pavimentará un regreso total a la influencia exclusiva de EE.UU. en Latinoamérica.

Presión en Venezuela: Ultimátums y presión militar

Trump ha intensificado la campaña contra Nicolás Maduro más allá de sanciones: el 21 de noviembre, en una llamada telefónica confirmada por el propio presidente, le dio un ultimátum directo: «Abandona el poder ahora o enfrenta las consecuencias», ofreciendo salvoconducto seguro para Maduro, su familia y aliados cercanos, pero solo si renunciaba de inmediato. Maduro rechazó, exigiendo amnistía global, levantamiento de sanciones y control sobre las fuerzas armadas venezolanas —demandas que Washington desechó. Desde entonces, la retórica ha subido: Trump amenazó con «ataques terrestres muy pronto» contra blancos de carteles y declaró el espacio aéreo venezolano «cerrado», aunque deportaciones de migrantes continúan.

El músculo militar es clave: EE.UU. ha desplegado 15.000 tropas, el portaaviones USS Gerald R. Ford y buques en el Caribe —el mayor despliegue desde la Crisis de los Misiles en Cuba—, con ataques a botes de narcotráfico y designación del «Cartel de los Soles» como terrorista extranjero. Expertos ven esto como show de fuerza para forzar un cambio de régimen sin invasión plena, pero Maduro lo usa políticamente: bailó en un mitin estilo Trump y llamó a la resistencia armada. Curiosamente, «elementos dentro del régimen cubano» han contactado a funcionarios estadounidenses sobre un «post-Maduro», sugiriendo fisuras en el eje La Habana-Caracas. ¿Éxito? Aún no: Maduro se atrinchera, pero la presión ha revivido debates sobre intervenciones pasadas en la región.

Nicaragua: Liberaciones selectivas y vigilancia constante

En Nicaragua, la exigencia de Trump es clara: liberación total de presos políticos, con advertencia de «vigilancia» vía inteligencia y diplomacia. El 29 de noviembre, el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo soltó unos 40 —incluyendo activistas y líderes estudiantiles—, pero bajo arresto domiciliario y reportes policiales obligatorios. Esto sigue patrones: en 2023, EE.UU. negoció la salida de 222 a suelo estadounidense; en septiembre de 2024, 135 más llegaron a Guatemala para asilo. Sin embargo, persisten al menos 46 detenidos (según ONGs como el Mecanismo para el Reconocimiento de Presos Políticos), con reportes de torturas, aislamiento y desnutrición.

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La palanca trumpiana es económica: el 21 de octubre, propuso expulsar a Nicaragua del CAFTA-DR (tratado de libre comercio) e imponer aranceles del 100% por violaciones sistemáticas a derechos humanos, que «cargan» el comercio bilateral. La Embajada de EE.UU. en Managua ha exigido «pruebas de vida» para figuras como el periodista Leo Cárcamo, liberado en noviembre tras campañas públicas. Ortega lo pinta como «blanqueo» —desfiles forzados de ex presos para aparentar apertura—, pero es un trueque: liberaciones a cambio de alivio en tarifas. La NSS lo enmarca en combatir «influencia extranjera hostil» (leyendo: alianzas con Rusia y China), con énfasis en «estabilidad gobernamental» vía aliados conservadores.

El panorama regional: ¿Vuelta a la era de influencia exclusiva?

La NSS de 2025 es el plano para construir: prioriza el Hemisferio como «condición de nuestra seguridad y prosperidad», con metas como frenar migración masiva, desmantelar carteles (incluso con «fuerza letal» si necesario), contrarrestar incursiones chinas/rusas y asegurar recursos estratégicos (como el Canal de Panamá o Groenlandia —sí, Trump lo mencionó de nuevo). Estrategia «Enlist and Expand»: aliarse con gobiernos afines (Milei en Argentina recibió $40 mil millones en rescate; Bukele en El Salvador y Noboa en Ecuador en seguridad) e invertir en economías privadas para «recompensar» alineados. Incluye aranceles recíprocos, diplomacia comercial y realineación militar —de Europa al Caribe/Pacífico oriental.

¿Logrará reconfigurar Latinoamérica como «patio trasero» yanqui? Parcialmente sí, pero no totalmente:

– Fortalezas: Trump ya aísla el «eje del mal» (Cuba-Nicaragua-Venezuela) con apoyo de la OEA y aliados como Brasil (bajo un Congreso conservador). Su enfoque transaccional —contratos sin licitación para firmas gringas, acceso a semiconductores taiwaneses vía aliados— genera ganancias rápidas. La polarización regional (Milei vs. Lula) le da oxígeno.

– Obstáculos: Latinoamérica es multipolar: China invierte $200 mil millones en infraestructura (vs. $100 mil de EE.UU. en la última década), y Rusia arma a Maduro/Ortega. Intervenciones pesadas erosionan soft power —historia de golpes (Guatemala 1954, Chile 1973) genera rechazo; encuestas muestran 60% de latinoamericanos ven a EE.UU. como «intervencionista». Internamente, Trump enfrenta límites: Congreso dividido, fatiga post-Afganistán y litigios por «doctrina Monroe 2.0». Analistas advierten que su «mano pesada» podría unir a la izquierda regional, impulsando bloques como CELAC.

En esencia, Trump busca un Hemisferio «América First» —menos democracia-exportadora, más control migratorio y narco—, pero el éxito dependerá de si evita backlash. Podría «decapitar» regímenes como en Venezuela, pero reconfigurar todo? Improbable sin aliados locales fuertes y sin pisar soberanías.

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