¡Aaaah, México! La nación donde el folklore se encuentra con el horror en un maratón constante de apuestas: ¿Quién ganará hoy, la justicia o el imperio del narco? Si pensabas que solo los telenovelas podían ofrecerte drama, entonces no has estado mirando las noticias. Entre la indignación colectiva por el asesinato del alcalde Carlos Manzo y las marchas de la Generación Z, es hora de poner las cartas sobre la mesa y hablar de esa fea palabra que nos hace llorar en la cena: narcoestado.
Primero lo primero, el asesinato de Manzo es una tragedia más en un país que se ha encariñado demasiado con la idea de tener un luto eterno. Los ciudadanos encolerizados exigen respuestas y luego se dan cuenta de que “respuestas” es un concepto tan esquivo como la esperanza en un partido político. Es como buscar agua en el desierto con una cubeta hecha de papel: sólo la vas a embarrar. Las protestas han subido como espuma, y mientras la Generación Z marcha con su playlist de TikTok y su rabia a flor de piel, los políticos se rascan la cabeza preguntándose cómo enfrentar un tema que se les ha vuelto más incómodo que un traje de gala en una fiesta de pijamas.
Porque seamos sinceros: la complicidad entre los cárteles y nuestros tres órdenes de gobierno es como una mala película de terror: todos sabemos que el villano está ahí, pero nadie se atreve a prender la luz. Se ha convertido en una danza macabra donde los únicos que parecen disfrutar son los narcos y algunos funcionarios que sacan jugo de la situación. Un verdadero festín de corrupción, con tortas de chorizo y todo, mientras el pueblo sigue dándose de topes contra la pared pidiendo justicia. ¿Y nosotros qué hacemos? ¡Marchamos!
Pero, como diría mi abuela, de nada sirve quejarnos si la solución no aparece en la lista de platillos del día. La cosa es tan clara como el agua: para que el narcotráfico pierda peso, tenemos que romper el ciclo de complicidad. Así es, señores y señoras, hacer que nuestros “servidores públicos” entiendan que su chamba es servir al pueblo y no a sus cuates de la mafia. No es que pida peras al olmo, pero un poquito de sentido común tampoco le haría daño a este país que parece salir de un bache solo para caer en otro.
Las protestas son el grito del pueblo, pero si no hay respuestas efectivas, será como asistir a un concierto de tu banda favorita y que el audio falle. Te quedas con la satisfacción de haber estado allí, pero sin música para llevarte a casa. La Generación Z tiene el futuro en sus manos, pero sus protestas deben ser más que solo un trending topic. Necesitamos soluciones reales, y los políticos deben despertar de su letargo de años en el que han hecho de la corrupción su modus operandi.
Así que, en lugar de seguir dándole de comer a la cultura del “ya veremos”, la Generación Z y todos aquellos que pisan la calle en busca de un mundo mejor, deben gritar en unísono: ¡Basta ya! Es hora de romper las cadenas y de paso, poner a algunos políticos en su lugar. Porque si no, querido lector, seguiremos atrapados en este circo de narcos y políticos que, francamente, tiene más chistes que un cabaret de medio pelo. ¡Despierten, México!


























