¡Ay, nanita! En el circo de la política mexicana, donde los payasos son los que deberían ser serios, Roy Campos suelta una bomba en su análisis: hay quien anda chismeando que Morena podría sacar a patadas a Adán Augusto López de la coordinación de su bancada en el Senado. ¿Por qué? Porque removerlo sería como gritarle al mundo «¡Este carnal está hasta el cuello de mugres!», y Morena, ni de chiste, va a declarar culpable a uno de los suyos. Menos aún la presidenta Claudia Sheinbaum, que parece que prefiere barrer el polvo bajo la alfombra antes que armar un escándalo que manche el delantal de la «austeridad republicana».
Pero, ¡órale!, de esto se desprende el gran elefante en la sala: la impunidad es el deporte nacional de Morena, y lo practican con maestría, como si fuera un ritual prehispánico. ¿Recuerdan el caso de Pío López Obrador, el hermanito consentido del expresidente? Ese video donde le dan un sobre amarillo relleno de billetes, como si fuera una piñata en fiestas patrias, y ¡pum! Nada pasa. Evidencias por todos lados, como en un puesto de tamales con salsa extra, pero ni una disculpa, ni un «ay, perdón, se me cayó el dinero». No, señor, aquí la corrupción se disfraza de «calumnias de la oposición» y se manda al olvido con un guiño y un «no pasa nada».
Es que en Morena, la impunidad no es un error, es una estrategia. Adán Augusto, con sus enredos en el caso de los moches o lo que sea que le achaquen, se queda ahí sentado como rey, porque removerlo sería admitir que el barco tiene goteras. Y Sheinbaum, pobrecita, heredera del legado, no va a ser la que tire la primera piedra… o el primer sobre. ¿Impunidad? ¡Eso es el pan nuestro de cada día! Mientras el pueblo aplaude la «transformación», los pecados se lavan con agua bendita de Palacio Nacional. ¿Hasta cuándo? Pues mientras no les duela el bolsillo o les peguen en el orgullo, seguirán bailando con los sobres amarillos en la mano. ¡Qué país, qué show!
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