Esto se da especialmente en deportes profesionales que gozan de una gran audiencia, a tal grado que, en ocasiones, su imagen pública tiene más valor económico que su desempeño deportivo. Este fenómeno no es nuevo, pero la velocidad de las redes sociales y la globalización de la cultura pop lo han llevado a un nivel insólito.
Tomemos el caso de Travis Kelce. Antes de ser la pareja de Taylor Swift, ya era una figura importante en la NFL, reconocido como uno de los mejores en su posición. Pero su relación con la superestrella lo catapultó a una dimensión de fama que trasciende por completo el deporte. De ser un campeón del Super Bowl, pasó a ser un ícono cultural.
Este salto a la fama tiene un impacto directo en su valor comercial. Las marcas ya no lo buscan solo para vender artículos deportivos, sino para conectar con el público masivo que sigue a Taylor. Es una estrategia donde el atleta se convierte en un embajador global, capaz de mover millones de dólares en patrocinios, ventas de camisetas y hasta publicidad en eventos que nada tienen que ver con el fútbol americano. Este cambio de paradigma nos muestra cómo el negocio del deporte profesional se ha transformado en un escaparate global donde la popularidad puede ser tan o más rentable que la destreza en la cancha.
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