En el discurso y en la teoría suenan bien, son impecables… en la práctica resultan molestos, chocantes…incómodos. Y es así porque interpelan… y duelen… porque las más de las veces su carencia descubre los recovecos del sistema político y social… donde la corrupción, la impunidad y la injusticia han marcado y lastimado a muchas personas dejándolas heridas… rotas.
El contenido de los derechos humanos necesariamente debe plasmarse en acciones concretas que impacten la vida y problemas de las personas. En pocas palabras los derechos humanos deben vivirse. Dejarlos en el nivel del discurso conlleva su vaciamiento, su desgaste. De ahí que impliquen auténtica convicción personal para su efectiva defensa y promoción. Están vedados para aquellos que no quieran complicarse la vida.
… presuponen empatizar con el otro, entablar un diálogo directo y franco, reconocer la necesidad… descubrir la humanidad del otro, para desde esa base –que reconoce en todo momento la centralidad de la persona- dotarlos de sentido, construirlos… lo contrario supone simple beneficencia.
Desespera constatar la lentitud, la ineficacia, la insensibilidad, la falta de compromiso y de urgencia, de rectitud de intención…el cinismo de algunos que hoy por hoy debiesen honrar tan noble encomienda.
Resulta urgente hacer un llamado a todos aquellos que tengan responsabilidad directa en el tema para que se involucren, se sensibilicen y se decidan a asumir valientemente las responsabilidades que los tiempos actuales imponen. Si no que al menos, no presuman que en verdad les interesan los derechos humanos.
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