La llegada de un líder narcisista al poder a menudo desencadena una ola de figuras similares, políticos que priorizan la atención mediática sobre los resultados tangibles. Este fenómeno, observable en diversos contextos políticos, se ha intensificado con la influencia de las redes sociales y los medios de comunicación. En México, figuras como Gerardo Fernández Noroña ejemplifican este perfil: carismáticos, polarizantes y adeptos a mantenerse en el centro del discurso público, incluso a costa de la efectividad en su gestión. Pero, ¿por qué seguimos hablando de ellos? Y más importante, ¿cómo podemos romper este ciclo?
Los políticos narcisistas prosperan en un entorno donde la visibilidad equivale a poder. Según estudios, como el publicado en la European Journal of Political Research, los rasgos narcisistas —grandiosidad, necesidad de admiración y falta de empatía— fomentan la polarización afectiva entre los ciudadanos. Estos líderes no solo buscan el reflector, sino que lo necesitan para reforzar su autoimagen y mantener su base de apoyo. Las redes sociales amplifican este comportamiento, convirtiendo cada declaración, tuit o controversia en combustible para su relevancia. En el caso de Noroña, sus intervenciones públicas, a menudo teatrales, generan titulares y debates que lo mantienen en el ojo público, aunque sus resultados legislativos o políticos sean limitados.
El problema radica en que la atención que les damos alimenta su influencia. Cada mención en medios, cada reacción en redes sociales, refuerza su narrativa de omnipresencia. La investigación de la Universidad de Ámsterdam sugiere que los seguidores de estos líderes, al identificarse ideológicamente con ellos, adoptan posturas más hostiles hacia sus opositores, profundizando las divisiones sociales. En lugar de centrarnos en sus provocaciones, deberíamos redirigir el enfoque hacia los resultados concretos: ¿qué políticas han impulsado? ¿Qué beneficios tangibles han entregado? En el caso de Noroña, su trayectoria muestra más énfasis en el discurso que en logros legislativos sustanciales.
Para contrarrestar este ciclo, es crucial adoptar un silencio estratégico. Ignorar sus provocaciones no significa desentendernos de la política, sino priorizar el análisis de fondo sobre el espectáculo superficial. Los ciudadanos y los medios deben centrarse en evaluar el desempeño, no en amplificar personalidades. Esto implica exigir transparencia, cuestionar la efectividad de las políticas y privilegiar a los líderes que demuestren resultados sobre los que solo generan titulares. Al privar a los narcisistas de su oxígeno —la atención—, reducimos su capacidad de dominar el discurso público.
En conclusión, el ascenso de políticos narcisistas como Noroña refleja una dinámica donde la atención es poder. Para romper este círculo vicioso, debemos reorientar el debate hacia la sustancia, no hacia las personalidades. Solo así podremos fomentar una política más efectiva y menos polarizada, donde los resultados hablen más alto que los reflectores.
There is no ads to display, Please add some