Aplauden que retiren la estatua de Colón, pero lloran porque quitaron las de Castro y el Che

0
205

¡Ah, mis queridos y sesudos lectores! Hoy vamos a desentrañar uno de esos misterios que ni los Illuminati se atreven a tocar: el doble rasero de la «justicia» estatuaria. Porque, díganme ustedes, ¿no es de risa, o de llanto, según cómo ande uno de humor, ver cómo la gente se rasga las vestiduras por unos monigotes de bronce, mientras otros son vitoreados al ser bajados de su pedestal?

A ver, recordemos el drama de Colón en Reforma. ¡Uff! Aquello fue un desmadre épico. Que si representaba el genocidio, que si era un símbolo de la opresión, que si ya le tocaba irse a descansar al limbo de las figuras incómodas. Y la verdad, no les voy a mentir, a muchos nos dio hasta cierto gusto ver al viejo navegante bajando de su caballo, como si le hubieran echado el ojo los de la mudanza. ¡Aplausos, vítores y hasta mariachis (bueno, eso último me lo inventé, pero hubiera estado chido)! La cosa es que, para la mayoría, fue un acto de «justicia histórica», un paso hacia adelante en la deconstrucción de narrativas y bla, bla, bla.

Pero, ¡ay, caray! Que le quiten una estatua a Fidel o al Che, y ¡zas!, de inmediato sale la jauría de «intelectuales» (o como se autodenominen) a gritar a los cuatro vientos que es un «retroceso», un «acto fascista», una «muestra de la barbarie capitalista». ¡No mamen! ¿Neta? ¿Una estatua de un güey que te quitó hasta el papel de baño es un símbolo intocable, mientras que la de otro que, digámoslo así, tuvo sus detallitos históricos, es digna de la hoguera?

¿Conveniencia ideológica, preguntan? ¡Por favor! Eso no es conveniencia, es la descarada hipocresía en su máxima expresión. Es como decir que está mal robarle a un pobre, pero si le robas a un rico, pues «se lo merecía por explotador». O sea, no. Aquí lo que vemos es que, para algunos, la historia se reescribe según les convenga el guion. Si el personaje es de «los nuestros», es un héroe intocable, aunque haya matado, fusilado o mandado al carajo la economía de su país. Pero si es del bando contrario, ¡a la hoguera con él y su memoria!

-Publicidad-

Así que, mis queridos amiguitos, no seamos ingenuos. Aquí no hay más «justicia» que la que dicta el capricho del partido en turno o la ideología dominante. Y la verdad, a veces, dan ganas de poner una estatua de la lógica y el sentido común, a ver si esos no los bajan a patadas por «políticamente incorrectos».