Pemex y la educación; las profecías de Gómez Morín

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Este patriótico visionario profetizó el difícil porvenir de México por los yerros de los gobiernos postrevolucionarios

Cuando el destino nos alcance, título en español de una película norteamericana, tuvo fortuna; se convirtió en una expresión común para señalar el alto costo que las sociedades pagan por los errores del pasado. También podría ser la cabeza de este artículo.

Los graves problemas que sufrimos los mexicanos son consecuencia de las equivocaciones del grupo político que fundó el Estado nacionalista revolucionario, corporativista y autoritario —con notas totalitarias— en las primeras décadas del siglo XX. Se manifiestan ahora los frutos de sus disparates, elevados a la categoría de sustento ideológico del régimen sostenido durante más de siete décadas por lo que ahora es el PRI. La quiebra de Pemex, de CFE y el desastre educativo lo demuestran.

En días pasados, en ocasión del 119 aniversario de su natalicio, se rindió homenaje a Manuel Gómez Morín. Bien reconocida es la excepcionalidad de este gran mexicano, padre fundador e inspirador de varias instituciones del México moderno. Existe abundante bibliografía sobre la trascendencia de su obra; Krauze, Castillo Peraza, Teresa Gómez Mont, Javier Garciadiego, entre otros, han escrito sobre su patriótico legado.

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Este visionario profetizó el difícil porvenir de México por los monumentales yerros de los gobiernos postrevolucionarios, empeñados en pervertir y frustrar la oportunidad de liberación política, social y económica que habría significado la Revolución Mexicana. Pieza histórica es su severa crítica a la ceguera facciosa de los hombres del poder, encarrerados en ese entonces en la tropicalización entre nosotros del modelo soviético, cuyas huellas se pueden observar en el origen de la pobreza, subdesarrollo y corrupción presentes en nuestra realidad.

El presidente Lázaro Cárdenas, a la vista de la crisis económica y política con la que cerró su sexenio y ante el descontento popular de aquellos días, consideró necesario justificar su gestión: defendió la colectivización del campo, la estructuración totalitaria del sistema educativo con orientación socialista, la estatización del petróleo, la economía dirigida por el Estado, la cláusula de exclusión sindical, la corporativización de las organizaciones gremiales y el régimen de partido único. (Mensaje en el Congreso local de Guerrero, Chilpancingo, 20 de febrero de 1940). Aseguró la continuidad de todo eso “a pesar de la sucesión transitoria de los hombres”. Así nos fue.

Gómez Morín le plantó cara. Le replicó con una filípica demoledora: “La nación y el régimen” (Boletín de Acción Nacional, n. 7, 1º de marzo 1940). Le reprochó la política agraria desquiciante y desorientada inspirada en el Koljós de la URSS, “ que ha sido un fracaso allá mismo” en lugar de hacer la verdadera reforma agraria que el país necesitaba; señaló los abusos y corrupción en las organizaciones sindicales, auspiciadas por “la penetración del régimen… para hacer de ellas capital político”. Dictó una durísima condena: “ La falta mayor del régimen, que la nación nunca podrá perdonarle… es haber hecho del problema de la educación una cuestión puramente política de sectarismo socializante, desorganizando el sistema educativo nacional con la corrupción de un falso sindicalismo de maestros”. Se refirió “al fracaso económico como fruto directo de actos positivos de destrucción”. Identificó al PRM —hoy PRI— como “río de canonjías, malversaciones, impunidad y mal uso del poder con el que el supuesto partido se alimenta exclusivamente”.

Seguramente Aurelio Nuño y José Antonio González Anaya tendrían hoy menos desvelos si entonces se hubiera rectificado aquel cúmulo de crímenes contra la nación. ¿Podrán hacerlo ahora?


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