Mandar

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Por: Juan Ignacio Zavala

Una de las fobias del hombre autoritario es la de que alguien ejerza su libertad y, peor aún, que la ostente. La libertad es una amenaza contra quien piensa que nada más hay que pensar de cierta manera, afiliarse a determinado partido, creer en una religión y obedecer a quien manda. Eso como una muestra de que la felicidad se obtiene si no se sale uno del camino señalado.

En este marco, lo que sucede es que Andrés Manuel no es el que obedece sino el que manda. Lo dejó muy claro cuando distribuyó una foto suya, todavía como Presidente electo, sentado junto a unos libros en el que hasta arriba destacaba uno titulado ¿Quién manda aquí?. Por supuesto, nadie se acordó de qué fue lo que dijo, sino en el simbolismo del libro. Todavía antes de tomar posesión como Presidente canceló la obra del aeropuerto de Texcoco para mostrar de manera clara “quien manda aquí”. Lo que siguió desde entonces son muestras reiteradas sobre lo mismo, que no se dude quién ejerce el mando y para qué. Eso último es importante porque lleva implícito una serie de enseñanzas morales, de premios y castigos a los que son dados los líderes autoritarios.

Hace ya algunos años que el investigador y lingüista George Lakoff, en un exitoso libro de política (No pienses en un elefante), analizaba el discurso conservador estadounidense y los distintos tipos de liderazgo en el poder y los resortes de los votantes. Al poner la lupa sobre el estilo de liderazgos tomó como marco la familia y la figura paterna. Hay el padre protector y el padre estricto, autoritario. El padre protector cree en la educación compartida con la madre, que deben comprender y acompañar a sus hijos para que éstos puedan trabajar con los demás en armonía. En el caso del padre estricto tiene otra serie de supuestos: el mundo es un lugar peligroso, y siempre lo será, porque el mal está presente en él. Además, el mundo es difícil porque es competitivo. Siempre habrá ganadores y perdedores. Hay un bien absoluto y un mal absoluto. Por lo tanto, hay que proteger a la familia en un mundo peligroso, sostenerla en un mundo difícil y enseñar a los niños la diferencia entre el bien y el mal.

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Es claro que a AMLO le queda a la medida el traje del padre autoritario. Considera que los ciudadanos son niños a los que hay que catequizar con enseñanzas morales. Castigar a los que se porten mal y portarse mal es no hacer lo que papá les ha ordenado. Salirse de las normas dictadas es severamente castigado. Platicar con extraños merece una reprimenda. No hay quien se salve ante la mirada del padre severo que quiere que su familia sea modélica ante los peligros que representa el exterior, donde están los que piensan distinto, los que tienen otras costumbres y ni siquiera tienen una religión.

En este sentido no es extraño nada de lo que dice el Presidente. Él trae un modelo de conducta que tiene que aplicar para que nada falle. Ha encontrado ciertos límites por la época en que vivimos, pero ahí están las muestras con su Cartilla Moral, con el azote a los mercaderes, la condena al dinero “que es como el demonio”, distribuye sus libros entre la burocracia, dice qué comer, qué fumar, qué beber y no cesa de hacer diferencias entre los buenos y los malos. Es decir, no descansa en su intento de mostrar “quién manda aquí”. Como buen padre autoritario.

 


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